Después de leer la obra “Barandarián” de Loreto Arrigorriaga, publicada por RIL, se me ocurrió leer la contratapa y pude constatar que mi sensación fue la misma de Roberto Rivera, su prologuista. El dice: “Barandarián es un texto madurado, en el cual una música escondida en las palabras lleva al lector por un mundo maravilloso que va ensombreciéndose hasta la desolación”.
Y yo tuve la sensación de estar escuchando una sonata de Beethoven o a Liszt o tal vez Chopin (¿por eso recordé a George Sand?). Es una música suave, pero no débil o insulza, que trepa suavemente por las pasiones y los miedos, los amores y las desventuras, la risa y el dolor, hasta logar clímax notables, donde no sucede ni lo esperado ni lo temido por el lector.
Ella me dijo que es una novela, pero no pude dejar de recordar que los géneros literarios son más sutiles que lo que los lectores comunes ansían y que sus deslices y deslizamientos los hacen entrecruzar rutas, métodos, temas, estilos. Unamuno, imitando a Machado (que habló de sonites en lugar de sonetos), dijo que su obra Niebla es una nivola y no una novela, con lo cual los expertos en novelas quedan fuera de combate. Esta no es ni novela ni nivola, sino novelía, es decir una varianza sobre variante en la que en lugar de romper las reglas de un modo, las transgrede de otro.
La novelía, valga el comentario para los que no la conocen, es lo que un profesor de literatura del siglo pasado diría: una novela de tono lírico. Lo que importan no son los hechos, sino los sentimientos, lo que acontece por dentro de los personajes. Los hechos pasan raudos por las líneas, aunque se trabaja en tiempo lento, pues hay momentos en que pareciera que han pasado años y en realidad sólo han transcurrido meses.
Trazos suaves, pulsaciones quietas y profundas, una historia conmovedora, llena de lecciones que a veces parecen obvias, pero no lo son porque en ninguna curvatura se inicia el rumbo que cualquier lector busca en forma evidente y habitual. Eso permite que el fluido sea suave y cautivador, en un desarrollo que hace imposible dejar la lectura hasta llegar a la última página.
Recomiendo la obra, pues es bella y fácil de leer.
viernes, agosto 29, 2008
lunes, agosto 18, 2008
CARTA ABIERTA
A mis amigas y amigos,
A quienes votaron por mí en la pasada elección,
A quienes votaron por mí en la pasada elección,
Para todos, un cariñoso saludo.
He sido concejal durante ya casi cuatro años y la mayoría de las metas que me propuse para este tiempo se han cumplido. Gracias al apoyo de ustedes y de los colaboradores más cercanos, pude contribuir con mi opinión, con ideas, con propuestas concretas, a la solución de algunos problemas de los vecinos de Ñuñoa en orden a mejorar la calidad de la vida comunal.
Desgraciadamente las limitaciones que la ley impone al cargo – producto de las restricciones a la democracia que aun están vigentes – me impidieron desarrollar un papel más activo.
Llegado el plazo, he resuelto no postular nuevamente, para abrir paso a otras personas que puedan cumplir esta función que no por hermosa deja de ser agobiante. Creo que en la política es indispensable la renovación en los cargos, sin olvidar que deben dejarse espacios para reconocer la experiencia de quienes los han ejercido.
Agradezco el apoyo y valoro el afecto de ustedes, entendiendo que sin ellos habría sido más complejo y duro soportar algunos momentos de este período.
En esta elección de concejales he dado mi apoyo a mi amigo – y amigo de muchos de ustedes – RICARDO BARTON BOZA. Él es dirigente vecinal – actualmente presidente de la Junta de Vecinos de la Unidad Vecinal número 13 – y ha sido un activo militante de la Democracia Cristiana. Querido entre los vecinos, reconocido por los habitantes de la comuna, ha recibido el respaldo mayoritario del Partido al haber sido elegido como miembro de la Junta Nacional con la más alta votación de la Provincia.
Fino y delico en el trato, comprende rápido los problemas y busca soluciones con tenacidad. Ha hecho del servicio a los demás un modo de vivir, destinando energías y disposición de ánimo. Hombre de las clases medias, no ha buscado oropeles ni fortuna, sino que fiel a las enseñanzas recibidas de su madre, la profesora ñuñoína Gabriela Boza, ha hecho carne la idea de que no hay mayor riqueza que la que proviene de hacer el bien y servir al prójimo.
Esta será una campaña modesta, que requiere del apoyo de cada uno de quienes estén dispuestos a votar por él. Los votos se conseguirán de voz en voz y recorriendo las calles. Probablemente algunos de ustedes podrán aportar unos pesos para las actividades que inevitablemente requieren de financiamiento. Me gustaría mucho servir de canal para esos recursos, en la confianza que ustedes y el propio Ricardo me han brindado.
Toda otra forma de colaboración será bien recibida y espero desde ya que podamos contar con ella y con el voto el último domingo de octubre.
Les saluda con el afecto de siempre
Jaime Hales
Concejal
Concejal
domingo, agosto 10, 2008
La pena es grande: murió Juan Bustos
La pena es muy grande.
Porque Juan Bustos murió y tengo la impresión de que fue antes de tiempo. Yo entiendo muchas cosas sobre la muerte y la trascendencia. Acepto que él está mejor y que seguirá actuando con su energía.
Pero nos hará falta.
Lo conocí hace casi 40 años, cuando yo era alumno en Derecho de la Universidad de Chile y él era profesor de Derecho Penal. Yo fui alumno de su partner, su amigo y compañero de jornadas, Sergio Politoff, quien le profesaba una tremenda admiración.
Por desgracia la política nos separó, en un momento en que ambos éramos demasiado jóvenes para darnos cuenta de la importancia de ciertas realidades y exigencias de la democracia. Reconociendo su brillo intelectual, cuando él fue candidato a Director del Departamento de Derecho Penal, yo trabajé por otro candidato, tan irrelevante que ya ni recuerdo quien fue.
Pero vino el golpe de estado y muchos entendimos todo lo que nos había cegado la circunstancia. El dolor, los padecimientos, las persecuciones, la necesidad emocional y ética de defender a los perseguidos, nos fueron conectando con aquellos que algún día nos miraron con recelo. Bustos, como tantos otros, se fue al exilio y de él sólo comenzó a saberse por su perfeccionamiento creciente en el ámbito del derecho penal. Como abogado dedicado a las defensas penales y de los derechos humanos, Juan Bustos comenzó a ser un referente frecuente por sus artículos, sus libros, sus clases a amigos comunes que estudiaban en Europa.
Y de pronto mi querida amiga Claudia Chaimovich, abogada de derechos humanos, madre querendona de sus hijos, entusiasta, vehemente, luminosa, me cuenta que se enamorado de Juan. Y Juan vive en Barcelona y ella en Chile y el romance se hace difícil y por eso parece crecer el amor. Claudia y yo en algún momento conversamos acerca de esos amores que parecen ser eternos porque están distantes, pero que al juntarse todo se diluye en la nada, el tedio o la sorpresa de las diferencias. Pero el amor de Juan y Claudia fue capaz de superar esas y muchas dificultades, incluidas ciertas limitaciones económicas. Vivir en Barcelona en un “piso” estrecho, con dos niños inquietos, padeciendo la distancia del país para Claudia y la distancia con sus hijos carnales para Juan, además del exilio, parecía ser demasiado. Pero en medio de eso nació Sofía del Mar y el amor se fue mostrando consolidado.
Gran persona Juan: sencillo en su grandiosidad, prudente, dado a escuchar, a atender y entender a los demás, a considerar los argumentos ajenos, pero sólido en sus convicciones, gran explicador, gran profesor, paciente y buen argumentador. En alguna ocasión conversamos en Barcelona y él me contó que quería volver a Chile, pero necesitaba una plataforma de desembarque. Entonces yo era decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Humanidades de la Universidad Nacional ANDRÉS BELLO y me di cuenta lo que Juan me pedía, asumiendo que en realidad era una oportunidad que no podíamos perder como centro de estudios superiores. Tenerlo a él trabajando los temas del derecho penal con nuestros académicos y estudiantes era un sueño más allá de todo lo que un soñador como yo podía pretender. Y con la ayuda de Francisco Javier Luna convencí a Víctor Saleh, dueño de la universidad. Juan llegó a Chile traído por nosotros. Se le abrieron otras puertas, pero él fue leal y dijo que no a las tentaciones de dejarnos cuando le pidieron exclusividad. Hasta cuando la universidad se vendió a nuevos inversionistas que la alejaron del proyecto académico que habíamos fundado en algún momento.
Juan era, para mí, el paradigma de la inteligencia y de la solidez intelectual. Su modestia, su delicadeza, eran parte de su alma. Conocí a su madre, que vivía en esas épocas en la Avenida Grecia, Ñuñoa, y me di cuenta de algunos ribetes de una historia dura, de privaciones y dolores de este hijo único que había alcanzado alturas intelectuales insospechadas.
Quise y admiré a Juan Bustos. Su partida me hace llorar, porque ya su voz no llenará los espacios de duda y desesperanza con palabras sabias, profundas, simples y hermosas. Cuando se hablaba de temas conflictivos en lo jurídico y especialmente en materia de derechos humanos, yo me preguntaba “¿Qué pensará Juan?” Y su palabra en las radios o en el teléfono era clarificadora.
Es fuerte decirlo, pero siempre o casi siempre tenía la razón.
Llegó a ser diputado, fue querido por su pueblo, admirado por sus pares, respetado por los funcionarios y los políticos. Murió como Presidente de la Cámara. Él sabía que la muerte estaba cerca y quiso ejercer ese cargo. Tal vez algo en su espíritu le decía que estaba bien la modestia, pero que su partida debía ser aleccionadora. Y lo fue: una semana antes hablaba, estaba entusiasmado con proyectos, aunque sentía en su fuero interno la partida cercana. Soledad Alvear me dijo que él le recordó que tenían una reunión pendiente para este miércoles que recién pasó. No alcanzó a ir. Pero Juan Bustos vivió hasta el último día, con esperanzas, con fe, con pasión, con prudencia, con esmero, con delicadeza. ¿Sabio? Si. Pero sobre todo un alma fina, generosa.
El amor con Claudia fue creciendo. Y nació Ignacio, lo que parecía una locura a su edad. Y ahí están los hijos, los propios y los apropiados, todos, orgullosos de su padre.
Juan murió. La pena se nos irá pasando, pero su recuerdo debe quedar vigente. Justamente porque no hay muchos como él, su liderazgo se alza con la partida para que otros tomen su imagen y la proyecten en acciones concretas de vida, con la secreta esperanza de que quizás recuperemos la senda.
(Releo lo que he escrito y me digo: es menos de lo que esperaba decir, de lo que quería escribir, pero la pena sigue ahí)
Porque Juan Bustos murió y tengo la impresión de que fue antes de tiempo. Yo entiendo muchas cosas sobre la muerte y la trascendencia. Acepto que él está mejor y que seguirá actuando con su energía.
Pero nos hará falta.
Lo conocí hace casi 40 años, cuando yo era alumno en Derecho de la Universidad de Chile y él era profesor de Derecho Penal. Yo fui alumno de su partner, su amigo y compañero de jornadas, Sergio Politoff, quien le profesaba una tremenda admiración.
Por desgracia la política nos separó, en un momento en que ambos éramos demasiado jóvenes para darnos cuenta de la importancia de ciertas realidades y exigencias de la democracia. Reconociendo su brillo intelectual, cuando él fue candidato a Director del Departamento de Derecho Penal, yo trabajé por otro candidato, tan irrelevante que ya ni recuerdo quien fue.
Pero vino el golpe de estado y muchos entendimos todo lo que nos había cegado la circunstancia. El dolor, los padecimientos, las persecuciones, la necesidad emocional y ética de defender a los perseguidos, nos fueron conectando con aquellos que algún día nos miraron con recelo. Bustos, como tantos otros, se fue al exilio y de él sólo comenzó a saberse por su perfeccionamiento creciente en el ámbito del derecho penal. Como abogado dedicado a las defensas penales y de los derechos humanos, Juan Bustos comenzó a ser un referente frecuente por sus artículos, sus libros, sus clases a amigos comunes que estudiaban en Europa.
Y de pronto mi querida amiga Claudia Chaimovich, abogada de derechos humanos, madre querendona de sus hijos, entusiasta, vehemente, luminosa, me cuenta que se enamorado de Juan. Y Juan vive en Barcelona y ella en Chile y el romance se hace difícil y por eso parece crecer el amor. Claudia y yo en algún momento conversamos acerca de esos amores que parecen ser eternos porque están distantes, pero que al juntarse todo se diluye en la nada, el tedio o la sorpresa de las diferencias. Pero el amor de Juan y Claudia fue capaz de superar esas y muchas dificultades, incluidas ciertas limitaciones económicas. Vivir en Barcelona en un “piso” estrecho, con dos niños inquietos, padeciendo la distancia del país para Claudia y la distancia con sus hijos carnales para Juan, además del exilio, parecía ser demasiado. Pero en medio de eso nació Sofía del Mar y el amor se fue mostrando consolidado.
Gran persona Juan: sencillo en su grandiosidad, prudente, dado a escuchar, a atender y entender a los demás, a considerar los argumentos ajenos, pero sólido en sus convicciones, gran explicador, gran profesor, paciente y buen argumentador. En alguna ocasión conversamos en Barcelona y él me contó que quería volver a Chile, pero necesitaba una plataforma de desembarque. Entonces yo era decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Humanidades de la Universidad Nacional ANDRÉS BELLO y me di cuenta lo que Juan me pedía, asumiendo que en realidad era una oportunidad que no podíamos perder como centro de estudios superiores. Tenerlo a él trabajando los temas del derecho penal con nuestros académicos y estudiantes era un sueño más allá de todo lo que un soñador como yo podía pretender. Y con la ayuda de Francisco Javier Luna convencí a Víctor Saleh, dueño de la universidad. Juan llegó a Chile traído por nosotros. Se le abrieron otras puertas, pero él fue leal y dijo que no a las tentaciones de dejarnos cuando le pidieron exclusividad. Hasta cuando la universidad se vendió a nuevos inversionistas que la alejaron del proyecto académico que habíamos fundado en algún momento.
Juan era, para mí, el paradigma de la inteligencia y de la solidez intelectual. Su modestia, su delicadeza, eran parte de su alma. Conocí a su madre, que vivía en esas épocas en la Avenida Grecia, Ñuñoa, y me di cuenta de algunos ribetes de una historia dura, de privaciones y dolores de este hijo único que había alcanzado alturas intelectuales insospechadas.
Quise y admiré a Juan Bustos. Su partida me hace llorar, porque ya su voz no llenará los espacios de duda y desesperanza con palabras sabias, profundas, simples y hermosas. Cuando se hablaba de temas conflictivos en lo jurídico y especialmente en materia de derechos humanos, yo me preguntaba “¿Qué pensará Juan?” Y su palabra en las radios o en el teléfono era clarificadora.
Es fuerte decirlo, pero siempre o casi siempre tenía la razón.
Llegó a ser diputado, fue querido por su pueblo, admirado por sus pares, respetado por los funcionarios y los políticos. Murió como Presidente de la Cámara. Él sabía que la muerte estaba cerca y quiso ejercer ese cargo. Tal vez algo en su espíritu le decía que estaba bien la modestia, pero que su partida debía ser aleccionadora. Y lo fue: una semana antes hablaba, estaba entusiasmado con proyectos, aunque sentía en su fuero interno la partida cercana. Soledad Alvear me dijo que él le recordó que tenían una reunión pendiente para este miércoles que recién pasó. No alcanzó a ir. Pero Juan Bustos vivió hasta el último día, con esperanzas, con fe, con pasión, con prudencia, con esmero, con delicadeza. ¿Sabio? Si. Pero sobre todo un alma fina, generosa.
El amor con Claudia fue creciendo. Y nació Ignacio, lo que parecía una locura a su edad. Y ahí están los hijos, los propios y los apropiados, todos, orgullosos de su padre.
Juan murió. La pena se nos irá pasando, pero su recuerdo debe quedar vigente. Justamente porque no hay muchos como él, su liderazgo se alza con la partida para que otros tomen su imagen y la proyecten en acciones concretas de vida, con la secreta esperanza de que quizás recuperemos la senda.
(Releo lo que he escrito y me digo: es menos de lo que esperaba decir, de lo que quería escribir, pero la pena sigue ahí)
lunes, agosto 04, 2008
VALE LA PENA LEERLO
NO LO COMPARTO TODO, PERO TRANSCRIBO UN INTERESANTE ARTÍCULO DE MI AMIGO WILSON TAPIA, PERIODISTA.
FREIRREMOTO
(4.8.07)
Por Wilson Tapia Villalobos
Que los momentos preelectorales son movidos, qué duda cabe. Pero lo que acaba de producir el ex presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle en el Senado, es prácticamente un terremoto. Y se trata de un movimiento telúrico político que tendrá réplicas hasta la elección presidencial del próximo año.
El rechazo de Frei a la designación presidencial del ministro Alfredo Pfeiffer para integrarse a la Corte Suprema de Justicia, fue decisivo. Echó al suelo una operación política que, se suponía, muy bien estructurada por el ministro de Justicia, Carlos Maldonado. Los detalles de la votación del miércoles 30 de julio son conocidos. Sólo cinco senadores de la Concertación dieron el sí a la propuesta gubernamental, mientras la derecha votaba en masa por el hoy cuestionado Pfeiffer.
Lo que se suponía un acuerdo con la oposición, terminó siendo un enjuiciamiento a la forma en que operan las instituciones en Chile. Frei anunció su decisión horas antes de la sesión senatorial. Y con ello llevó el tema a un punto en que tenían que pronunciarse otros personajes. Para los senadores socialistas era poco presentable aprobar a Pfeiffer. Después de conocer la actitud de Frei, con mayor razón. Se trata de un jurista resistido por las agrupaciones de DD.HH. Como juez y ministro de la Corte de Apelaciones, Pfeiffer ha privilegiado la aplicación de la amnistía a los militares involucrados en atropellos a los derechos humanos. En el juicio contra Pinochet por enriquecimiento ilícito, prácticamente paralizó la investigación que realizaba el juez Carlos Cerda. En otras causas contra el mismo general, enarboló su demencia para evitar llevarlo al estrado como acusado. Una argucia que se demostró falaz con sólo ver al general en su actividad diaria.
Esta es parte de la cara profesional de Pfeiffer. Su sentir lo hizo saber en una entrevista publicada por el diario El Mercurio, el 17 de abril de 1994. Consultado por la periodista Raquel Correa, puso en duda la magnitud del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando Frei hizo su anuncio, en su propio Partido, el Demócrata Cristiano, las cosas cambiaron. Tal vez logró un objetivo que no perseguía. Pero, en concreto, llevó a la presidenta de la colectividad a medir con mucho cuidado su decisión. La senadora Soledad Alvear terminó acompañándolo junto a Mariano Ruiz Esquide en el rechazo. Es posible que haya pensado en su postulación presidencial. Quedar a la derecha de Frei habría sido un error que podría pagarse caro. Las últimas elecciones presidenciales han demostrado que es esa tendencia, no la centroderecha, la que define al Presidente de Chile. Además, en la propia DC seguramente le habría creado más obstáculos a una nominación que ya enfrenta dificultades.
Esta visión podría dar por sentado que Frei también encuadró su decisión dentro de un cuidadoso sopesamiento electoral. Igual que Alvear él estaría persiguiendo la candidatura presidencial. Y el rechazo a Pfeiffer -como la propuesta de estatizar el Transantiago- le hace mostrar una faceta que no se le conoció como presidente. Sin embargo, cercanos al senador afirman que en él influyeron otro tipo de consideraciones. Una fundamental: el convencimiento de que su padre, el ex presidente Eduardo Nicanor Frei Montalva, fue asesinado por agentes de la dictadura. Y la autoría intelectual de ese magnicidio habría sido responsabilidad del mismo general que Pfeiffer benefició con sus dictámenes y, posiblemente, admiraba.
Más que una venganza, Frei trataría de saldar una cuenta que no creyó tener mientras fue Presidente de la República. En este último episodio, eso se lo habría hecho ver uno de los abogados que intervienen en la causa para aclarar la muerte de su padre. De allí que cuando él apela a que su voto fue en conciencia, puede tener una razón muy profunda.
El caso Pfeiffer también sirvió para demostrar que las instituciones chilenas no funcionan tan adecuadamente como algunos quieren hacer creer. ¿Una justicia sujeta al cuoteo político puede ser independiente?
Tampoco resulta muy comprensible cómo está operando el sistema en esta democracia de los consensos. La peripecia que comento develó que los negociadores gubernamentales se preocuparon más de entenderse con la oposición que con sus propios senadores. Tal vez dieron por sentado que bastaba el acuerdo con la cúpula. El comité político, que integran jefes de partidos y autoridades gubernamentales, terminó el lunes anterior a la votación en el convencimiento de que el nombre de Pfeiffer sería aprobado holgadamente.
Algo no funciona entre el Gobierno y sus Partidos. Y no es algo atribuible sólo a ineptitudes de la actual administración. Con la excepción del Partido Radical, todas las colectividades concertacionistas han experimentado escisiones. E igual cosa ha ocurrido en las de la Alianza. Una respuesta fácil sería decir que son problemas que aquejan a la política a nivel mundial.
Lo que no tiene una explicación sencilla es la frase de la presidenta Michelle Bachelet cuando fue consultada sobre el suceso Pfeiffer. Dijo: “Yo no me doy gustitos, cumplo la palabra empeñada”. Ojalá se diera ese y otros gustitos que le hacen bien a la democracia chilena.
FREIRREMOTO
(4.8.07)
Por Wilson Tapia Villalobos
Que los momentos preelectorales son movidos, qué duda cabe. Pero lo que acaba de producir el ex presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle en el Senado, es prácticamente un terremoto. Y se trata de un movimiento telúrico político que tendrá réplicas hasta la elección presidencial del próximo año.
El rechazo de Frei a la designación presidencial del ministro Alfredo Pfeiffer para integrarse a la Corte Suprema de Justicia, fue decisivo. Echó al suelo una operación política que, se suponía, muy bien estructurada por el ministro de Justicia, Carlos Maldonado. Los detalles de la votación del miércoles 30 de julio son conocidos. Sólo cinco senadores de la Concertación dieron el sí a la propuesta gubernamental, mientras la derecha votaba en masa por el hoy cuestionado Pfeiffer.
Lo que se suponía un acuerdo con la oposición, terminó siendo un enjuiciamiento a la forma en que operan las instituciones en Chile. Frei anunció su decisión horas antes de la sesión senatorial. Y con ello llevó el tema a un punto en que tenían que pronunciarse otros personajes. Para los senadores socialistas era poco presentable aprobar a Pfeiffer. Después de conocer la actitud de Frei, con mayor razón. Se trata de un jurista resistido por las agrupaciones de DD.HH. Como juez y ministro de la Corte de Apelaciones, Pfeiffer ha privilegiado la aplicación de la amnistía a los militares involucrados en atropellos a los derechos humanos. En el juicio contra Pinochet por enriquecimiento ilícito, prácticamente paralizó la investigación que realizaba el juez Carlos Cerda. En otras causas contra el mismo general, enarboló su demencia para evitar llevarlo al estrado como acusado. Una argucia que se demostró falaz con sólo ver al general en su actividad diaria.
Esta es parte de la cara profesional de Pfeiffer. Su sentir lo hizo saber en una entrevista publicada por el diario El Mercurio, el 17 de abril de 1994. Consultado por la periodista Raquel Correa, puso en duda la magnitud del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando Frei hizo su anuncio, en su propio Partido, el Demócrata Cristiano, las cosas cambiaron. Tal vez logró un objetivo que no perseguía. Pero, en concreto, llevó a la presidenta de la colectividad a medir con mucho cuidado su decisión. La senadora Soledad Alvear terminó acompañándolo junto a Mariano Ruiz Esquide en el rechazo. Es posible que haya pensado en su postulación presidencial. Quedar a la derecha de Frei habría sido un error que podría pagarse caro. Las últimas elecciones presidenciales han demostrado que es esa tendencia, no la centroderecha, la que define al Presidente de Chile. Además, en la propia DC seguramente le habría creado más obstáculos a una nominación que ya enfrenta dificultades.
Esta visión podría dar por sentado que Frei también encuadró su decisión dentro de un cuidadoso sopesamiento electoral. Igual que Alvear él estaría persiguiendo la candidatura presidencial. Y el rechazo a Pfeiffer -como la propuesta de estatizar el Transantiago- le hace mostrar una faceta que no se le conoció como presidente. Sin embargo, cercanos al senador afirman que en él influyeron otro tipo de consideraciones. Una fundamental: el convencimiento de que su padre, el ex presidente Eduardo Nicanor Frei Montalva, fue asesinado por agentes de la dictadura. Y la autoría intelectual de ese magnicidio habría sido responsabilidad del mismo general que Pfeiffer benefició con sus dictámenes y, posiblemente, admiraba.
Más que una venganza, Frei trataría de saldar una cuenta que no creyó tener mientras fue Presidente de la República. En este último episodio, eso se lo habría hecho ver uno de los abogados que intervienen en la causa para aclarar la muerte de su padre. De allí que cuando él apela a que su voto fue en conciencia, puede tener una razón muy profunda.
El caso Pfeiffer también sirvió para demostrar que las instituciones chilenas no funcionan tan adecuadamente como algunos quieren hacer creer. ¿Una justicia sujeta al cuoteo político puede ser independiente?
Tampoco resulta muy comprensible cómo está operando el sistema en esta democracia de los consensos. La peripecia que comento develó que los negociadores gubernamentales se preocuparon más de entenderse con la oposición que con sus propios senadores. Tal vez dieron por sentado que bastaba el acuerdo con la cúpula. El comité político, que integran jefes de partidos y autoridades gubernamentales, terminó el lunes anterior a la votación en el convencimiento de que el nombre de Pfeiffer sería aprobado holgadamente.
Algo no funciona entre el Gobierno y sus Partidos. Y no es algo atribuible sólo a ineptitudes de la actual administración. Con la excepción del Partido Radical, todas las colectividades concertacionistas han experimentado escisiones. E igual cosa ha ocurrido en las de la Alianza. Una respuesta fácil sería decir que son problemas que aquejan a la política a nivel mundial.
Lo que no tiene una explicación sencilla es la frase de la presidenta Michelle Bachelet cuando fue consultada sobre el suceso Pfeiffer. Dijo: “Yo no me doy gustitos, cumplo la palabra empeñada”. Ojalá se diera ese y otros gustitos que le hacen bien a la democracia chilena.
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