viernes, septiembre 25, 2015

NO DEBE RENUNCIAR


Debo reconocer que en noviembre de 2013 no voté por Bachelet. A mi juicio Sfeir estaba más cerca de las ideas que profeso (la doctrina DC) y tenía importantes desconfianzas de algunas capacidades de la candidata de la NM para gobernar. Particularmente me parecía – lo que he visto confirmado – que ella tiene severas dificultades para apreciar las condiciones de las personas y tiende a equivocarse en sus nombramientos. No voy a poner ejemplos, que abundan en ambos gobiernos suyos.
Este no ha sido un buen gobierno en el tiempo que llevamos. Tanto la derecha como ciertos sectores de los que apoyan o deberían apoyar al gobierno, han centrado sus críticas en Bachelet, sin entender que las realidades son mucho más complejas. Apuntar a Bachelet con insinuaciones de que debe renunciar o está pensando en hacerlo, como se ha repetido con cierta insistencia, no es sino parte de un modelo de “golpe blanco” protagonizado por algunos que se sienten incómodos con las propuestas de transformaciones que ella ha querido llevar adelante.
Estoy con Larraín de la UDI cuando él dice que quien ejerce la presidencia de la República no debe de ninguna manera renunciar, pues eso le hace daño a la democracia. Y yo agrego: más aun a una democracia tan débil como la consagrada en el texto constitucional vigente y que tanto les gusta a algunos.
Una renuncia de un presidente porque lo hace mal introduce un elemento de incertidumbre, especialmente porque quien ejerce tal cargo tiene la posibilidad de modificar rumbos o corregir errores, tanto modificando los equipos, como tomando posiciones distintas. Reconocer, por ejemplo, que no tiene las condiciones para llevar adelante al programa y que hay aspectos a los que deberá renunciar, pude ser duro, pero es mejor que insistir en proposiciones incompletas y que se conducen con la torpeza que ciertos ministros han demostrado en el ejercicio de sus cargos. El régimen presidencial que la DC aprobó en su Congreso permitiría cambios de Primer Ministro sin cuestionar al Presidente.
Bachelet no debe renunciar, pero sí debe corregir. Y si no puede corregir como a ella le gustaría, deberá asumir que su segundo gobierno se orientará a administrar lo que ha avanzado y a generar mecanismos de elaboración de nuevas propuestas para que los gobiernos futuros las llevan a término. Cuando la DC planteó la renuncia de Allende en 1973, ello iba acompañado de ofrecer la renuncia de todos los diputados y senadores, pero era en un escenario de crisis mucho más profunda, pues la derecha estaba lanzada en su aventura golpista.
El gobierno debe corregir, llamar a otras personas, reformular ciertas propuestas, simplificar las propuestas y quizás centrarse en el proceso de limpiar la actividad política. Si sólo lograra eso en la segunda mitad de su gobierno, además de manejar ordenadamente la economía, su aporte sería muy valorado. Reponer la ética en el nivel necesario, reactivar la responsabilidad de las autoridades y poner mano dura ante la corrupción, acentuando las correcciones en el sistema político, pueden ser medidas extraordinariamente útiles. Si a eso se añade eficacia en la gestión y un trabajo de educación política que lleve a incrementar la conciencia de la sociedad sobre la necesidad de tener una nueva Constitución, Bachelet puede terminar en las alturas.
La oscura sombra de hacerla renunciar, tal vez para que el Congreso elija a alguien del gusto de empresarios y políticos por los dos años restantes, puede ser una dura jugada contra el pueblo y que afectará las esperanzas de generaciones que miran el mundo con otros ojos y otras esperanzas.
No voté por Bachelet en primera vuelta, pero la apoyo en su decisión de cumplir con su mandato y mantener la continuidad democrática. Mientras, mirando el futuro, habrá que buscar los nombres de aquellos que sean capaces de conducir a la sociedad chilena hacia la construcción de un nuevo orden basado en la fraternidad, la justicia y la libertad.

martes, septiembre 08, 2015

Tres partidas. saludo póstumo a tres demócratas



En pocos días y mientras iba a abrazar a un amigo cuya esposa falleció de cáncer, me fui enterando de tres muertes que para mí son muy emblemáticas. Todas las muertes lo son para alguien y cada uno de nosotros puede decir: todos los días muere alguien que importa. Pero en pocos días han partido – y nos dejan cierto vacío – tres personas que para mí han tenido un significado.
Dolores Barja, una mujer mayor, comprometida con la vida, militante de base demócrata cristiana hasta la médula de los huesos, ñuñoína, trabajadora, entusiasta, generosa, no pedía honores ni reclamaba para sí nada. Modesta, sencilla, vivía para dar su energía al servicio de los otros y de sus causas. Debe haber tenido defectos: no se los conocí. Pude tener un mayor contacto con ella cuando trabajamos juntos en una campaña a concejal, donde ella fue factor determinante del buen resultado obtenido. Ahí supe que su nombre era no más que una broma y por eso en vez de llamarla Dolores yo le decía “Placeres”: todo era entusiasmo y alegría, sabía sacar adelante tareas imposibles, nos alentaba, nos mostraba el cielo cuando todo parecía oscuro, entregaba cariño en cada acto, cada gesto, cada paso que daba por la vida. Deja un vacío y una tarea: deberemos mirar como ella la vida.
Ernesto Merino, publicista, político demócrata cristiano, comunicador de excelencia, llegó casi a los noventa años, luego de haber hecho grandes contribuciones. Recuerdo cuando en 1972 trabajamos juntos en una campaña por enfrentar el tema de la violencia política con un mensaje de paz que pretendía evitar el golpe de Estado. En tiempos de la dictadura él fue el diseñador y orientador de la Radio Cooperativa que, luego de desaparecida Radio Balmaceda, tomó el liderazgo de la información y de la “lucha” por los derechos humanos. La radio se convirtió en la voz que acompañó a millones de chilenos en las épocas oscuras, de la mano de Ernesto, de Delia Vergara, Guillermo Muñoz, Manola Robles, Carmen Castro, y tantos otros queridos amigos periodistas que se expusieron en la tarea de combatir pacíficamente los abusos y anunciar la esperanza de un tiempo con menos dolor. Ernesto Merino ayudó en muchas campañas, entre otras la de mi padre a concejal por Ñuñoa en 1996. Hombre generoso, alegre, ingenioso, sabía escuchar e impulsar la acción. Nos hará falta.
Roberto Kozac fue un gran protector de personas, luchador por los derechos humanos, hombre eficiente y eficaz en esa tarea, comprometido con los que fueron perseguidos en el Chile de la dictadura. Para él los derechos humanos era un compromiso vital irrenunciable.
La Asociación de ex trabajadores de la Vicaría de la Solidaridad – donde fui colaborador - ha manifestado su sentimiento de dolor por el fallecimiento de Roberto Kozak, que fuera el representante en Chile del Comité Internacional de las Migraciones Europeas (CIME) y que tanto ayudó a paliar los dolores en miles de chilenos y extranjeros avecindados en nuestro país, encarcelados en los recintos de detención de la dictadura, que gracias a su gestión lograron su libertad y encontraron refugio. La Asociación nos recuera que él “supo combinar su compromiso con los derechos humanos, con su coraje y su buen criterio diplomático”. Terminada la dictadura, ayudó a miles de retornados del exilio, en coordinación con el Gobierno de Aylwin.
“La gracia de la nacionalización refleja, además de su compromiso con Chile, su afecto por esta tierra que lo llevó a vivir en ella, junto a su familia, y donde solicitó que quedaran para siempre sus restos”, dice la declaración de los trabajadores de la Vicaría.
No fui su amigo, supongo que él ni siquiera me recordaba, pero estuve cerca de él y pude apreciar su aporte valioso. Su ejemplo, en esta hora en que la competencia, la avidez, el materialismo y el exitismo se toman la palestra, parece ser importante para las nuevas generaciones.
Sólo puedo agradecer a la divinidad que nos haya dado a estas tres personas para compartir la tarea de este tiempo, donde la exigencia ha sido grande y la esperanza a veces nos falla. Su muerte nos recuerda que debemos, que nos toca tomar la bandera.