Hace muchos años, unos veinte, escribí una columna en la Revista ANÁLISIS en la que comparaba a Torres Silva con Contreras Sepúlveda, afirmando que el primero equivalía al segundo en la nueva época de la dictadura. Torres Silva se enojó y consideró que esa comparación era injuriosa, presentó una querella en mi contra, la que no prosperó por absurda, pese a que la tramitó una Fiscalía Militar.
El tiempo me dio la razón y hoy comparten la misma cárcel. Torres Silva fue salvaje persecutor de los defensores de los derechos humanos, dio trato vejatorio a los abogados, quiso allanar la Vicaría y se gozaba ofendiendo y encarcelando a todos los que podía, mientras protegía a los violadores de los derechos humanos.
Hoy está preso, pues quiso prolongar sus comportamientos a los tiempos posteriores a Pinochet y en 1993 participó en la desaparición de Berríos, el químico criminal al servicio de la dictadura.
Fui abogado de derechos humanos y me enfrenté con él.
Hoy sonrío. No es venganza, es el placer de un ratito de justicia. No es que crea que se hará justicia en serio, pero por lo menos beberá de su propio brebaje.
Unos días.
martes, julio 24, 2007
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