Hemos dicho muchas veces que la muerte importa más a los
quedan que a quien parte. Y es así, porque quien muere va a otra dimensión,
mientras su cuerpo queda en la tierra convertido en “restos”, pero nosotros,
los que seguimos vivos, lamentaremos su ausencia en la cotidianeidad. Y hay
veces que da, además de pena por el vacío que nos deja, mucha rabia. Y yo he
golpeado la mesa, diciendo “por qué c…” se nos murió Paula Durán.
Se nos murió.
Paula era, por sobre todo, vitalidad. Sí, tal como suena y
se lee: vida misma, fuerza, energía, génesis de ideas, de proyectos, afecto,
abrazos. Llegaba con su sonrisa, sus bromas, sus comentarios profundos y
sarcásticos a la vez, saluda antes de sus sesiones, de sus clases. Agradecía lo
que recibía y daba más de lo que se le pedía.
Siempre tenía un proyecto nuevo, una sugerencia de cómo
hacer mejor las cosas, una anécdota cariñosa que contar. Entretenida, alegre,
sólida intelectualmente. Gran profesora, nunca se repetía, sino que entregaba a
sus alumnos lo más reciente de sus investigaciones, de sus lecturas, de sus
aprendizajes en conversaciones. Junguiana, filosofaba, creaba, siguiendo las
aguas de aquel maestro, con el don de escribir y hablar claro, traduciendo los
mensajes a veces difíciles de aquél y de otros autores.
Muchos de sus alumnos y alumnas me agradecieron que ella
haya sido su profesora. Y yo le agradecía a ella que nos diera su tiempo, nos
colaborara con un trabajo profesional serio.
Su carta era la Rueda de la Fortuna. De las tareas que
tenía, una la cumplió a cabalidad: contribuir al mundo que la rodeaba sin
reclamar para sí reconocimiento alguno. Otra le costó, pero al final consiguió
entender que debía dejar de controlar y entregarse a lo que él destino le deparaba.
Cariñosa, expresiva, alegre, esforzada, profunda. Vital,
sobre todo vital.
Por eso cuando nos contó de su cáncer quedamos paralizados.
Quisimos creer, con ella, que se recuperaría. Era una ilusión, pues la
enfermedad se presentó en una de sus peores formas. Todo sería rápido. Y
doloroso. Para ella en su cuerpo, para nosotros en el alma.
Cuando ya faltaba poco (todos lo sabíamos, aunque no lo
dijéramos) le pregunté si quería ayuda. “Estoy bien, me dijo, en paz con todos.
Nadie me debe y a nadie debo”.
Y yo salí golpeado, porque sabía que muchos le debíamos más
agradecimientos, más cariño, más cercanía, más reconocimientos. Pero ella no
pedía más que lo que en justicia mínima le correspondía.
Siento que el único homenaje que podemos rendir a Paula es
seguir trabajando, tratando de hacerlo como ella: con ganas, con amor, con
alegría, con profundidad y rigor, con dedicación y acuciosidad. No mezquinemos
abrazos y afectos, no olvidemos mirar a los otros con amor, con dedicación, con
voluntad de entregar y de recibir, con la conciencia despierta.
Así será nuestro homenaje a Paula Durán.
4 comentarios:
Que lindas palabras, de seguro ella debe estar muy feliz de saber que fue percibida como una mujer tan excepcional por los otros en esta vida. Vida por la que, según tus palabras, no pasó en vano por sus acciones y tocó a todos por su belleza.
Gracias querido Jaime por este maravilloso espacio y bellas palabras que has entregado para nuestra querida Paula. Ayer te quise saludar...pero en eso te perdí... un abrazo grande para ti
Magdalena castro Sch
Jaime
Me hago parte del dolor que te aqueja.
Contigo.....en las buenas y en las malas
Juan Manuel
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