Trato de entender lo que está
pasando y me cuesta mucho. La derecha ha logrado poner a un mismo nivel, sino
peor, los delitos cometidos por los que dirigían el grupo Penta, sus empleados
y los políticos a los cuales financiaron, con las conductas de Dávalos, el hijo
de Michelle Bachelet.
Confieso que no es sencillo de
entender. El decano de la prensa chilena
dedica casi siete de sus páginas a tratar el “caso Dávalos” y en la misma
edición, menos de un cuarto de página al caso de los pagos de Penta al
subsecretario de Minería de Piñera.
Dávalos se defiende: si trabajo
para el Estado, se me critica; si trabajo en el mundo privado, también. Yo
pregunto: ¿Y si no trabajara en nada no sería sospechoso, al no demostrar el
origen del dinero con que vive? Parece que está en un callejón sin salida,
atrapado, por su condición de hijo de quien ejerce la Presidencia de la
República. En el anterior mandato tenía un cargo de poca monta en la Dirección
Económica del Ministerio de RR.EE. Fue tanto lo que se escandalizó, que debió
renunciar e irse al mundo privado. ¿Qué podía hacer? Lo que sabe – que no es
mucho – así es que se dedicó a los negocios, asociándose con su señora. Bajo
perfil. Gracias a lo que ganó en ese mundo y a que su esposa seguía trabajando,
pudo aceptar el cargo que le ofreció la mamá: el que corresponde a una “primera
dama” en la estructura machista establecida en tiempos de Pinochet. Es un cargo
sin remuneración, pues la señora del Presidente vive de lo que gana su marido.
A sí no más. Pero Dávalos es hijo y aceptó el cargo gratuito porque su esposa
hace buenos negocios.
Y tan buenos que le permiten
ganar grandes sumas de dinero en operaciones inmobiliarias. Compra barato – con
plata ajena como lo hacen todos los empresarios con acceso bancario – y vende
caro. Por esa ganancia por cierto que pagará sus impuestos. Todo eso en regla.
¿Dónde estuvo lo malo? En que ese
crédito, solicitado antes de la segunda vuelta presidencial en 2013, lo obtuvo
en una gestión personal con el Jefe del grupo económico dueño del Banco, uno de
los sujetos más ricos del país. ¿Por qué debió ser así? ¿Lo habían negado
antes? ¿Ellos se conocían? ¿Hubo promesas inadecuadas? ¿Hubo extorsión? No, lo
malo es que a esa reunión ella fue con su marido, que es Dávalos, el hijo de la
que iba a ganar la elección. ¿Y si Dávalos no hubiera ido? Que haya ido es
claramente una falta de prolijidad, pues constituía una especie de “presión
indebida”, si es que a ese sujeto se le puede presionar. Es una falla estética
– no sólo por el aspecto de Dávalos – sino porque inevitablemente aparece como
un intento de darle más peso a la reunión. Pero, ¿y si no hubiera ido? ¿El
Banco se iba a perder los intereses que ganaría en esa operación comercial? ¿No
era igual un bueno negocio?
La conducta de Dávalos se acerca
a la tontería, a lo reprochable desde el punto de vista de las apariencias,
pero parece duro pedirle a un matrimonio joven que, por su parentesco con quien
ejerce el más alto cargo u otro alto cargo en la República - no trabaje ninguno
de los dos para el Estado, que no negocien con el Estado, que no trabajen para
privados, que no se relacionen con los bancos, que no pidan créditos, que no
hagan negocios grandes, que no ganen mucho dinero.
Porque el caso
ni siquiera es comparable a los gastos de Secretaría General de la Presidencia
para arreglar los entuertos de uno de los hijos de Pinochet (departamento en
Vitacura) o los gastos en que se incurrió al nombrar a otro de los suyos como
“agregado civil” en alguna ciudad de Estados Unidos, con enormes gastos de
representación. O lo que se gastaba en guardias personales de cada uno de estos
hijos.
Tampoco es
equiparable con quienes pagaron dineros inexplicables a un subsecretario, tan
inexplicables que una señora relacionada debió dar boletas falsas para que él
obtuviera el dinero. Lo menos que tenemos es el fraude tributario y la
falsificación, sin perjuicio del soborno que ello implica. Tampoco con quienes
dieron dineros a políticos mediante maniobras falsas, inventando negociaciones
(un informe no utilizado), honorarios (20 millones por almuerzo), pagando
boletas de terceros por servicios no prestados a la empresa, lo que genera,
además de la falsificación en sí misma, perjuicios tributarios al fisco y, lo que es más grave una falsificación
probable de los resultados electorales. Los diputados y senadores elegidos
no creen necesario renunciar pese a haber mal conseguido sus cargos. El
ministro involucrado dice que no había asumido todavía, así es que tampoco renuncia,
aunque su documento no haya sido leído.
¿Nos vamos a olvidar de Piñera,
LAN, Chilevisión? ¿Nos vamos a olvidar de la enorme multa que pagó Piñera para
acallar las voces en sus manejos cuando se apropió de LAN usando indebidamente
información privilegiada? E igual fue elegido y la prensa decanal calló.
Dávalos,
diríamos como el Ministro francés de hace dos siglos, cometió más que un
crimen, una estupidez. Por eso debe retirarse. ¿De qué va a vivir? ¿Podrá
trabajar? La prensa de derecha estará a la caza de lo que haga para culpar a su
mamá.
Pero digamos
también, sobre los otros, Délano y los demás, como el Fiscal norteamericano: no
cayó por los asesinatos ni por otros hechos repudiables, cayó por los
impuestos.
¿Y la ética? ¿Y
la moral católica? ¿Y la probidad y la transparencia? Es tanto lo que queda en
el aire.
Echo de menos
esos tiempos en que las personas asumían sus responsabilidades y las
consecuencias de ello. E iban a la cárcel. A veces. Y los estúpidos a sus
casas.
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