Este texto fue la exposición que realicé en la inauguración de MCA FESTIVAL, Satiago de Chile, 9 de agosto de 2013
Somos protagonistas de un
momento histórico. Nunca hasta ahora, nuestra humanidad había tenido conciencia
de estar viviendo un cambio de Era. Al entrar en Acuario, lo hacemos con una
claridad generalizada que no se tuvo al entrar en Piscis o en Aries.
Estamos en una época de
grandes cambios, que nos afectan en niveles colectivos e individuales.
Durante el año 2012 brotaron
por todos lados preguntas y afirmaciones sobre una cierta profecía maya y sobre
un presunto fin del mundo. Muchos tenían interés en que la gente se asustara.
Este fenómeno de miedo
colectivo engarza con la sensación de inestabilidad, de alteración de lo
estable, de la llegada de lo inesperado o del fin del mundo.
Es la gran controversia de
este tiempo: el miedo y el amor. El miedo puede engendrar odio y violencia y
así se mantiene el desorden establecido. El amor, el respeto por el otro, la
convicción de que todos tenemos derechos irrenunciables y deberes inevitables,
son piezas de un nuevo orden cultural que se está empezando a delinear.
Siembran miedo. La respuesta
es sembrar amor.
No son toempos fáciles, pero
son menos terribles de lo que se nos anticipa.
No estamos en tiempos
finales. Hay etapas que se van cumpliendo y cada 26 mil años se vive un nuevo
comienzo de ciclo.
Hace 26 mil años el hombre
de Cromagnon había desplazado a las otras especies homínidas y dio inicio a un
proceso de creciente aceleración, especialmente en el conocimiento científico,
en la expansión del poblamiento y los procesos de información, que encuentra en
nuestros días su más alto nivel.
Si algo sucede, es un mayor
desarrollo de la humanidad y no un decrecimiento o destrucción.
El mundo de hoy vive un
proceso de transformaciones nunca visto en la historia, por su profundidad,
amplitud, velocidad y extensión. La humanidad está experimentando un cambio
trascendental.
Desde el fin de la segunda
guerra mundial, pasando por la creación de Naciones Unidas, la declaración de
los derechos humanos, las dictaduras de América Latina, la independencia de los
países de Asia y África, hasta llegar a la gran crisis del socialismo real y su
desmoronamiento, el desarrollo del petróleo y la revolución tecnológica, el
siglo XX fue testigo de una transformación radical de la sociedad internacional
y del modo de vida de los seres humanos.
Las relaciones humanas han
cambiado, porque han cambiado las comunicaciones, los conceptos, las
informaciones y lo que antes no se sabía hoy se conoce y los secretos se han
estrellado contra la ansiedad de transparencia.
El mundo del siglo XXI es
radicalmente distinto del de los veinte siglos anteriores, porque nunca ha sido
tan evidente la riqueza y tan evidente la pobreza, porque nunca como ahora hay
tanta acumulación de poderes económicos y políticos en pocas manos y hay tanta
marginación y miseria esparcida por el mundo.
Lo que antes fue la guerra
fría, hoy se ha convertido en un mundo con tendencia uniforme, donde el
capitalismo campea con su ética y su estilo, transformando a los ciudadanos en
consumidores y a las democracias en mercados.
Este es un tiempo de
contradicción y controversia, en el que unos se sienten dueños de la verdad y
de la sociedad, mientras otros grupos, todavía minoritarios, construyen
espacios de esperanza, de solidaridad y a veces de lucha contra los órdenes
totalitarios y totalizadores, los sentidos unívocos y las respuestas únicas.
Aunque se ha intentado hacer
desaparecer las ideologías, remitiendo las soluciones de los problemas a cuestiones
técnicas, las doctrinas y las ideologías seguirán siendo un marco de
referencia, en la medida que sitúen correctamente su enfoque a la solución de
los problemas.
Porque la vida de los seres
humanos no se reduce a lo técnico, sino que ello debe supeditarse a valores
principales, a grandes principios, a programas globales de organización de la
sociedad.
Las discusiones de hoy, por
primera vez, están plagadas de emocionalidad, lo que hace ciertamente difícil
resolver los conflictos y tomar decisiones. Las ideas sirven para canalizar las
propuestas y las emociones para encender la lucha.
Las emociones sin las ideas
no pueden servir de base a formulaciones políticas. Y las ideas sin emociones
dejan fuera al ser humano integral y sus decisiones terminarán siendo siempre
resistidas.
Es la hora del cambio, de la
mirada distinta, de la propuesta audaz, de la rebeldía encauzada hacia la
construcción de un nuevo orden de cosas.
Es la hora del despertar.
En este cambio de era hay
que integrar ambas realidades, hasta lograr una disposición a llegar a
entendimientos y acuerdos. Así se sembrará la paz.
Ya está claro para todos
nosotros que el cambio social y el cambio personal son dos partes de una sola
realidad y que cada uno de ellos no es posible sin el otro.
El ser humano, el aguador,
se alza en medio del océano, para saciar la sed y regar la tierra ansiosa.
Descubrimos que vivimos con los otros y con ellos compartimos el planeta.
Ansiamos la paz y el entendimiento, la construcción de una sociedad en la que
impere la justicia y el desarrollo de todos y de cada uno.
El conocimiento de sí mismo,
la responsabilidad con el mundo que nos rodea, las relaciones marcadas por el
respeto y el amor, ponen su sello en esta hora.
Vivimos el cambio.
Es decir, se altera lo
estable, se modifica lo que parecía inmodificable.
Dicho sin ánimo de atemorizar a nadie, estamos en presencia del fin de
una humanidad y el nacimiento de otra.
Se está iniciando un período
de dos mil años más o menos, en los cuales primará la llamada energía
acuariana.
Estamos en un punto crucial:
un cambio de conciencia de la humanidad. Es un recambio de humanidad, un avance
cualitativo en las relaciones humanas, teniendo como centro al ser humano mismo
y su desarrollo integral. De cierto modo, repito, una humanidad que muere y
otra que ya está naciendo.
Este es el cambio que
estamos viviendo: un cambio de conciencia.
La nueva conciencia es la de
la comprensión y el amor, el desarrollo de la creatividad y la comprensión de
que el dolor no es una meta, sino un mero instrumento que irá desapareciendo en
la medida que se construyan espacios del nuevo orden.
Algunos trabajamos por el
cambio, mientras otros se aferran al mundo que muere, intentando defender su
poder vertical y sustentado en la fuerza, mientras les sea posible.
La declaración de los
derechos humanos de 1948 marcó el inicio oficial de la discusión entre los
grandes paradigmas, pues al poner el acento en los derechos de las personas, se
cuestiona el poder establecido y el orden construido desde el dinero y la
consiguiente opresión de las mayorías por parte de las minorías.
No se trata de estar contra
la riqueza ni mucho menos. El problema es la acumulación de riqueza y poder en
pocas manos, teniendo como medida de lo bueno y de lo malo el interés de esas
minorías poderosas.
El gran tema es la justicia
como sustento del poder y como eje de la construcción del orden social. Esa justicia
tiene que ver con los derechos de las personas y de las sociedades, con la
construcción de órdenes sociales y económicos más participativos en la gestión
y en los beneficios.
Un nuevo paradigma social deberá
considerar como centro a la persona humana y sus derechos, a la que los congéneres
le exigen el cumplimiento de deberes. Participar es un derecho, pero también es
una obligación, pues de ese modo todos podemos ser actores de la sociedad.
Es probable que en algunos
años más, siglos quizás, esta época nuestra sea conocida como la de los “inicios de la revolución acuariana”.
Estamos en medio del cambio. Lo que el mundo vive es un proceso de
transformación verdaderamente radical que ya ha tomado varias décadas y que
probablemente durará otras más. Se trata de un cambio de paradigmas, que pone
en entredicho los pilares fundamentales de los últimos dos mil años de
civilización en occidente.
Estos dos milenios han
tenido de todo. Una Era marcada por el dolor, la confusión, el surgimiento de
muchas doctrinas y religiones, la dispersión de las creencias y las bases para
el desarrollo de nuevas civilizaciones en occidente.
El poder, la represión de
todo lo que salía del marco de ese poder, la tortura como método de acción y la
crueldad como límite ético, van de la mano con los intentos de justificar
mediante religiones y pensamientos articulados una cierta manera de organizar
la sociedad.
Todo ello está terminando en
estos tiempos de agitación.
Se levanta una nueva
expectativa: es la posibilidad de fundar un nuevo tipo de relación entre las
personas, donde cada sujeto resulta ser particularmente importante y se hace
responsable del destino común de quienes lo rodean. Será la nueva sociedad,
basada en el respeto de lo humano, centrada en el amor y no en el dolor, en la
esperanza y no en la represión, en la participación y no en el poder, no en la
imposición sino en la adhesión consciente a una forma de vivir.
Es el nuevo paradigma, el
nuevo programa de acción, el nuevo entendimiento, en el que cada ser humano
resulta ser un aporte insustituible.
Entonces este cambio marca
una revolución: el poder de una minoría será sustituido por una nueva forma de
organización política en la cual la participación, la igualdad, la justicia
serán ejes insustituibles junto al respeto irrestricto de los derechos humanos.
La ciencia, la tecnología, las artes, el pensamiento, la espiritualidad,
estarán al servicio de todos y no de unos pocos como beneficiarios privilegiados.
Esta revolución es un acto
social, porque afectará a toda la sociedad y significará cambios en los más
variados aspectos de la vida.
Pero, al mismo tiempo, la
revolución será un acto personal en el cual se comprometerán los seres humanos
como sujetos, a partir de su conciencia, de su voluntad, de su libertad.
Cuando se reúna la masa
crítica, el proceso de transformación se irá generalizando por todos los
rincones del planeta; quienes quieran mantener el antiguo paradigma serán
aislados. Se defenderán con todas las armas a disposición de su obstinación,
destruyendo todo lo que encuentren a su paso.
La revolución acuariana será
moral y pacífica. Moral, en cuanto modifica los parámetros de bien y mal en la
sociedad, siendo bueno todo aquello que contribuya al desarrollo integral de
los seres humanos y malo lo que se oponga a ello. Será pacífica, pues el primer
presupuesto de la revolución acuariana es la erradicación de la violencia como
método de acción política y social.
“Si quieres la paz,
prepárate para la guerra”, se dijo en la Era anterior. Hoy decimos: “Si quieres
la paz, actúa pacíficamente”. Porque será la suma de las energías de acciones
de paz, la que produzca la necesaria fuerza transformadora.
Para educar en la paz es
necesario tener personas pacíficas enseñando. Es que ése es el profundo cambio:
que las personas vivan como piensan y de acuerdo a lo que aspiran a construir,
anticipando en sus conductas la sociedad que vendrá para todos. Se trata de no
esperar el futuro, sino de anticiparlo en el presente.
Este es el llamado de la
hora actual: contribuir al proceso transformador de la sociedad en la mediante
actos directos y vívidos, con contenido acuariano. Llenar el mundo nuestro de
cada día de gestos amables, de gentilezas, de acciones de amor y de ternura, de
disposición generosa a dedicar a otros el tiempo que están necesitando, todo
ello como dijimos, a partir de la conciencia, de la libertad y de la voluntad.
Si escucháramos a quieren
necesitan ser escuchados y si pusiéramos atención a nuestros actos concretos,
si actuáramos con conciencia y serenidad, si nuestros actos se impregnaran de
paz y de amor, el entorno al cual pertenecemos experimentaría transformaciones
de tal envergadura que en poco tiempo producirían positivos resultados en la sociedad.
Por cierto, ello no es fruto
de acciones individuales aisladas, sino debidamente concertadas entre todos los
que creemos en que esta revolución es posible y que nos espera un mundo mejor.
La construcción de un orden
social armónico debe partir de la base de nuestras limitaciones reales como
humanos, pues mientras no hayamos trascendido o evolucionado espiritualmente,
debemos acordar regulaciones y límites en beneficio de todos.
La tarea puede ser todos,
pero sobre todo es de cada uno.
Vivimos ya los 2 mil años de
la crucifixión y el martirologio. Ahora viene el tiempo de la redención, la luz
y el amor. Tal vez el siglo XX, con su secuela de horrores, fueron los tres
días de oscuridad que algunos predecían y ya estamos entrando en la luz
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