domingo, febrero 24, 2013

Cristián Precht: un testigo del amor



He leído la declaración de Cristián Precht del día 21 de febrero. Tal como alguna vez lo dije, creo en su inocencia y, más aun, me asaltan grandes dudas respecto de la posibilidad de un montaje para manejar el tema de los abusos sexuales dentro de la Iglesia Católica.
Tengo la impresión de que este caso ha sido manejado en forma arbitraria, sin aclarar la verdad, sin transparencia, sin permitir una defensa adecuada al no conocerse a los acusadores ni los cargos precisos. El oscurantismo en marcha en una institución que cada vez requiere de mayor claridad para poder seguir adelante. Entonces esperaba que Precht apelara y diera una batalla, tal vez heroica, exponiéndose a castigos mayores, pero dejando en claro su protesta ante la injusticia evidente. Así habría actuado yo. Pero él es mejor persona que yo y tal vez no quiere ser un héroe de nada ni un salvador de nadie, sino simplemente un sacerdote que se ha puesto en manos de su dios y que cree que sus superiores, aunque se equivoquen, deben ser respetados. Claro, es la diferencia entre un rebelde como yo y un hombre de servicio señalado por la humildad.
En su declaración insiste en su inocencia, pero abre una puerta a la comprensión cuando señala, luego de ratificar que nunca ha intentado forzar a nadie ni “doblegar la voluntad de persona alguna”, que pide perdón si acaso algún gesto suyo ha podido agraviar a alguien más allá de la voluntad que lo inspiró. Es decir, acepta que un acto suyo limpio y por cierto legítimo puede ser mal interpretado por alguien y por ello está dispuesto a pedir perdón.
Pero, aún más, dice que sus pastores, es decir quienes lo condenan, sólo han querido actuar por el bien de la Iglesia y manifiesta su respeto, su gratitud y su dolor por las críticas que han recibido por parte de muchos al haber actuado del modo que lo hicieron. Yo soy de esas personas rebeldes que calificamos de injusto, arbitrario, sesgado y falto de respeto el proceder episcopal.
Acepta obedientemente las sanciones, decide no apelar pese a su convicción de inocencia respecto de los delitos que se le atribuyen.
Si siempre he tenido buena opinión de Precht, ahora debo decir que reconozco que es aún mejor persona de lo que creía. Porque hace de la humildad su fuerza y de la obediencia un estilo de vida. Indudablemente lo inspira el amor. Entiende que si sus superiores han sido escogidos por su dios para una alta función como ésa, no le cabe más que obedecer. Él no quiere tensionar la institución ni poner en difícil situación a sus superiores. Acepta el castigo, pues sabe que los obispos deberán rendir cuentas ante su dios sobre su proceder y entonces ellos sabrán si han actuado bien o actuado mal.
Me emociona leerlo, me conmueve su palabra, me impresiona pensar en que no podrá ejercer su ministerio y servir del modo que a él le gustaría a los que están cercanos. Creo que quien pierde más es la institución que lo sanciona.
Porque Precht, que ha consagrado su vida al servicio, más que de la Iglesia, del Evangelio Cristiano y de las personas concretas, es un ejemplo de compromiso real, de amor de verdad por sus semejantes. Yo no creo que Precht sea perfecto. No existen esas personas. Aún más, es probable que dios se valga de los más imperfectos, como decía mi profesor de Sagrada Escritura recordando al profeta Ezequiel. Pero él no quiere ser perfecto, sólo quiere servir a su dios en las personas que lo rodean. Eso es el amor. Y es el testimonio que da Cristián Precht.
Benditos sean los que tengan contacto personal con él, porque podrán aprender a diario de una forma de vivir que combina el compromiso, la obediencia, la humildad y la fe a toda prueba.
Mientras, yo, emocionado, mezclo esta admiración con mi indignación hacia quienes administran una milenaria institución que sigue viviendo al estilo de Julio II, ese papa corrupto que se quiso justificar atacando y condenando a otros cuya conducta, no buena, no alcanzaba los niveles de corrupción que él tenía.
Cuando Benedicto vuelve a ser Ratzinger y Precht da este testimonio, dan ganas de pensar que quizás ahora…, quizás, las cosas puedan comenzar a cambiar.

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