martes, noviembre 06, 2007

Vida en Movimiento: en busca del tiempo perdido

Este texto corresponde a un resumen de la presentación que la profesora de Literatura Daniela Acevedo hizo del libro de poesía de Eduardo Acevedo, su padre en Agosto de 2007, Casa de la Cultura de Ñuñoa.

El título nos advierte de la naturaleza de este cuerpo poemático, que propone una visión de la vida como un movimiento circular: búsqueda de la totalidad, de una unidad perdida, de la vida en su estado original. Estos son mis poemas, escritos al fragor de la madurez y del desencanto, en el borde de esos fracasos que nos abren las puertas para la vida nueva, nos dice el autor.

El lector será testigo de una muerte, pero también de una resurrección que lleva a afirmar con certeza el entusiasmo por la vida; una resurrección que empuja, tal vez en una acometida por la reconciliación, a elevar un canto de alabanza. No desde la perfección –“No soy poeta”, afirma-, pero sí desde las honduras de una intensa experiencia vital: Cuanto te he pensado/ Vida,/ sangre caliente/ orgánica, natural, material/ seca en la muerte.

En la vida late un pulso que clama por salir. Sin embargo, la conciencia de la muerte y del tiempo que transcurre irremediablemente, se ciernen, cada cierto espacio, sobre el impulso vital como un fantasma que lo ensombrece y debilita. La pregunta por el sentido de la vida, planteada desde este primer poema, se irá configurando y descubriendo en su necesaria trascendencia a través de la serie de meditaciones que componen este volumen. En este caso, será el enfoque mitológico el que nos ayudará a transparentar la estructura y el sentido que subyacen a este conjunto de textos.

Desde el primero de ellos, se expresa la percepción de esta vida como un constante fluir, pero, al mismo tiempo, se deja ver una clara conciencia de la cronología que nos mueve en la cotidianidad, de los espacios temporales demarcados desde Occidente: pasado-presente-futuro. Y es aquí que se nos enfrenta, con un decidido impulso, al grito de alarma –quizás el móvil de la propia publicación- que da curso y sentido al resto de los textos: Amo lo importante, no lo urgente./ Amo lo que requiere tiempo/ Amo/ el tiempo que demoras en crecer, / y amo la altura/ donde estaré contigo.

Reclamo, denuncia, rebelión conciente y decidida, rechazo de los paradigmas culturales que definen una existencia fuera del presente, atascada en la añoranza del pasado o en la esperanza escurridiza de un futuro mejor: Me rebelo a las premuras/ a los momentos breves por apuro/ a conversar dos palabras/ a vivir apurado lo que empieza/ a sostener el hoy,/ como si fuera ayer.

Pero, como toda rebelión verdadera, el ímpetu busca arrancarse de la superficie del discurso para tomar forma concreta. Encuentra, así, el medio propicio en una de las expresiones más sublimes de lo intemporal: el arte (¿deseo de inmortalidad?). Y es auténtica rebeldía, porque para escribir en poesía –para vivir en poesía- hay que darse el tiempo, regalarse, a sí mismo, el valor de un tiempo que sólo se descubre ahora, con el dolor de la conciencia de una edad ya madura a la que la vida se le manifiesta en su “eminente temporalidad”. Noble coraje en medio del veloz cotidiano.

Darse el tiempo, ofrenda de sí mismo, muerte necesaria del Fénix para renacer de las cenizas. El hablante lírico se yergue, de este modo, como un héroe que debe atravesar una serie de pruebas para pasar de la inocencia y la descuidada juventud a la madurez espiritual. Estamos ante el viaje de un alma que busca descifrar –en palabras de Guerin- “el misterio de la vida y los enigmas del ser, un viaje emprendido por todos los que han deseado conseguir esa rara y esquiva piedra filosofal que es el conocimiento de nosotros mismos”.

Es un viaje no libre de experiencias dolorosas, donde la embestida de la muerte no tarda en llegar. Ya el tercer y cuarto poema –tal vez los más intensos y humanamente dramáticos- dan cuenta de esa “pena que retuerce” cuando la muerte del padre parece insinuar el triunfo de la duda y el extravío, aun cuando sepamos desde siempre que es una etapa necesaria e insalvable del ciclo natural de la vida. La experiencia de la contradicción, que atraviesa casi todos los textos, se hace evidente en Adiós al padre: “Hemos preparado el equipaje: / una sola maleta”. La despedida es un momento que se ha dispuesto de antemano, que se ha, incluso, aguardado, aunque no sin temblor. Esta pacificadora partida con que da inicio al viaje a lo eterno, en donde se espera el reencuentro final -y, tal vez, el equilibrio definitivo-, es, sin embargo, una partida inquieta, que se resiste:

Mi suspiro desgarró tu reloj,/ minutos, segundos,/ horas ya no quedan
(Tú y yo/ en el tranvía/ con destino a Carrascal./ Tú y yo/ En el bus a Concepción.)/ Siempre,/ Una maleta para dos.

Resulta importante subrayar la presencia de dos imágenes que se reiteran con el mismo significado en toda la obra: por un lado, la imagen ya descrita del reloj, la fugacidad de un tiempo inaprensible, casi tirano, que pareciera burlarse cada cierto rato de los intentos estériles. Inmediatamente, y en contraposición a este mecanicismo, aparecen elementos naturales, muchas veces expresados bajo la idea nostálgica del ‘Sur’, que parecieran querer arrebatarle la muerte al tiempo. Aparecen imágenes de una naturaleza “en bruto” que pulsa y reclama la vida.
Y es en este debatirse entre el dolor y la aceptación de la partida que, quizás, el protagonista de este viaje empieza a configurar una fisonomía más madura, al punto que se hace capaz de recoger, en sus propios brazos, la vida entera del padre:

Te fuiste, viejo,/ siete años ya./ Dejé tu mano/ cortamos nuestra línea/ mitad tuya mitad mía/ cuando menos lo esperaba./ Lloré lluvias del sur.
Es el invierno, pero el diluvio está ahí para que el héroe se retraiga sobre sí mismo y pueda, lentamente, retomar sus armas: morir y renacer. Con maderos del sur construiré/ los peldaños que faltan/ y un descanso en la puerta/ de la pieza de escribir./ Allí hablaré de mi historia/ en la última estación
Lo natural se presenta como elemento regenerador, y en esta pregunta por el sentido -que nace de la conciencia del tiempo que pasa-, la vida responde: Escribiré
en un cerrar y abrir de amores.

La música desempeña un papel crucial: toma la forma de un acorde sugestivo que invita a la vida nueva. La música -y más tarde la poesía y la pintura-, se convierten en medios a través de los cuales se alcanza la experiencia de una añorada libertad. El héroe decide atender este llamado e ingresar en un nuevo tiempo, cruzar el umbral

Es un nuevo ciclo, una travesía que tiene por objetivo soltar los amarres de un pasado que es silencio y ausencia de sí mismo. La partida se consuma y se despide el pasado; pero no es un abandono rápido, cuesta, y aun cuando se vive la alegría del nuevo inicio, se experimenta, no obstante, la contradicción y el dolor que implica el término de una etapa. Valdrá preguntarse, más adelante, cuánto de nostalgia queda de ese pasado: Decidí perder las llaves./ Cerré las puertas,/ una a una,/ con la vista apagada/ y una llama en el pecho

Se inicia la nueva aventura que, como el cierre, es interrumpida a ratos por alguna cuota de añoranza que persevera. Pero el hombre ya está preparado, tenso para componer su obra, para escribir su nueva historia. Las palabras brotan con urgencia y nacen como una exigencia interior de revitalizarse. Y estas “palabras para la vida”, a través de las cuales se va conociendo a sí mismo y va descubriendo su sentido, son asociadas, de nuevo, a la imagen de lo natural, al impulso vital.

El amor y la mujer, que aparece como una “hermosa alquimista” en el poema Única, son los elementos que por fin logran traerlo de vuelta. Es útil, aquí, recoger nuevamente a Guerin, quien enuncia lo siguiente para explicar algunos elementos del poema “A su dama esquiva”, de Andrew Marvell: la amante-poeta parece ofrecer la alquimia del amor como una manera de derrotar a las leyes del tiempo natural; el amor es una manera de participar en los misteriosos ritmos del eterno ciclo de la Naturaleza e incluso de intensificarlos […] Los amantes alcanzarán una especie de inmortalidad al “devorar” el tiempo o al trascender las leyes temporales del reloj […] Y esta transmutación alquímica requiere de un fuego lo suficientemente intenso para fundirlos en una esfera primordial.

Vuelta al origen de la creación o de la vida, unión del Cielo y de la Tierra, de lo Conciente y lo Inconsciente, estado inocente y paradisíaco. Es con el amor que el tiempo por fin se detiene, y es en este breve espacio fuera del tiempo que es capaz de verse con claridad. Parado desde aquí, toma conciencia del presente y lo entiende, pero este ejercicio solo puede realizarse a la luz del pasado. Reconoce su existencia anterior como la de un ausente de la vida, y la aventura actual cobra real sentido, al comprender que debe apoderarse nuevamente de los espacios y volverse espíritu fresco.

Así empieza a esbozarse con nitidez la naturaleza de esa sombra que aplaca la jovialidad del espíritu: al motivo del tiempo que avanza y absorbe despóticamente, se agrega la presencia de una Razón (el mecanicismo, la llave que debe perderse) que se vuelve enemiga si se deja estar pasivamente bajo su amparo. Aparece el control extremado de lo Conciente, como una enfermedad que impide la inmersión en los cursos naturales de la vida y que apaga los fuegos internos.

¿En qué consiste, entonces, la Libertad? En desatarse de estos poderes que corrompen “lo importante” y entregarse a lo que la vida pide para alcanzar la salud definitiva.
Pienso, siento -y se corrige- (Siento y pienso)/ Camino lento
presto a iniciar el vuelo

Y es en este alzar el vuelo, en este liberarse, que puede finalmente descubrir el sentido por el que pregunta desde el primer poema. Pero éste se expresa, nuevamente, como un movimiento circular: siempre hay un cable a tierra; hay presente, pero, con él, hay indisolublemente, un pasado y un futuro.

El poema El tiempo (51) es la bisagra que pone en articulación el sentido de esta cadena de textos, aunque la respuesta a la pregunta por el espacio donde situarse no resulte, quizás, tan obvia. En una mirada retrospectiva, se enorgullece de lo sembrado, nuevamente con la imagen de la tierra y la fertilidad:

La intencionalidad del volumen está expuesta con toda claridad bajo la forma del octosílabo y la rima consonante que, es importante decir, se ha definido como la forma de hablar más natural para el individuo hispanohablante en su cotidianidad. No es casual, por tanto, que este lamento adquiera esta estructura para expresarse:
Tantos años con agenda/ horas fijas de rutina/ doce meses para pagos/ traslados y oficinas.
Y concluye: (me doy tiempo para ser,/ conversar si necesito,/ simplemente caminar)/ ¡estar donde hay que estar!

Se cierra el círculo: hoy es tiempo de liberarse de lo urgente, del paso rápido, del imperativo del reloj y del ‘deber ser’ para Ser.

El penúltimo poema se titula Nuestro encuentro (55). Tal vez sea esta la imagen más sensual del poemario, que termina con la celebración y el triunfo. Vale preguntarse, no obstante, cuánto de nostalgia hay en este sueño, en este paraíso que se encuentra –o reencuentra-. Cualquier viaje, y en último término el viaje de la humanidad toda, es esta búsqueda, este intento por volver a tocar lo que alguna vez se escapó de las manos.

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