¿Te provoca un tinto?
Fue la frase de aquella colombiana – de Cali – coqueta, cimbreante, ave nocturna y rapaz que me observaba apoyada en la chimenea bogotana encendida, más por moda que por necesidad.
No bebo alcohol, fue mi respuesta, entendiendo que la palabra “provoca” se refería a si acaso sentía la necesidad o escuchaba el llamado del tinto.
Y ella rió con su risa mulata y provocativa, para aclararme que lo que me ofrecía era un café oscuro, fuerte, intenso, lleno de aromas y sabores, de ansiedades y deseos, sin azúcar, agregó, porque la dulzura, chilenito, la pongo yo.
Reía mientras la bogotana Julia se sonrojaba, como una monja de convento, pese a su falda abierta y sus ojos puestos en el embajador.
Me provocaba el tinto y me convocaba la poesía pues se celebraba el Festival Poético de la Casa Silva.
(Cuando llovía sobre la ciudad, a raudales, Mercedes Carranza, poeta por sobre todo, planeaba despedirse de tanto dolor, convocada por la muerte y la enfermedad, por la soledad, el hastío, la desesperanza. La convocaba la muerte, la provocaba la vida dolorosa).
Provócame, decían mis ansiedades postergadas y silenciosas, llámame a gozar y a sentir, como se siente en estas tierras de humedad y altas temperaturas.
Y entonces, la mulata sirvió el café humeante a la misma hora en que Mercedes Carranza se arrancaba de esta vida y yo bebí todo a la salud de la difunta que aun creía con vida y en despedida de la muchacha demasiado joven para otras provocaciones.
Me gusta el café de Colombia. Y sus poetas y poetisas. Por supuesto.
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