Cuando se inició el año astrológico 1948, el eje terrestre se orientó por primera vez en 26 mil años a la constelación de Acuario. Ese año, poco antes del solsticio de invierno del hemisferio norte, la naciente organización de las Naciones Unidas aprobó la Declaración de los Derechos Humanos. De cierto modo ese documento, - en el que fue clave el chileno Hernán Santa Cruz –es el acta oficial de existencia de una era en la que el elemento dominante será el humano. Porque Acuario, signo de aire – espíritu, pensamiento, amor, vuelo, viento – está representado en el zodíaco tradicional por el aguador, es decir, un ser humano que distribuye el agua. Salimos de Piscis, donde el océano se vuelca sin límites y domina nuestros procesos, signo en el cual el elemento agua determinará las comunicaciones y será el resumidero de todas las demandas humanas no satisfechas, para ingresar en el territorio donde un hombre se hará cargo del Agua, pasando él a ser más importante que el agua misma, aunque el agua sea el sinónimo de la vida. Porque la vida de nada sirve si acaso no es para los humanos.
Desde ese mismo día – y desde antes incluso – los que tomaban conciencia de este cambio trascendental y trascendente quedaron marcados en dos bandos: unos dispuestos a impulsar el cambio y otros decididos a evitarlo, aunque en ello se le fuera la vida misma. Aparecieron así los señores de la guerra, que ya en 1945 para aplacar a los que querían dominar el mundo entero les lanzaron bombas atómicas, y decidieron que no habría paz en el mundo mientras ellos no lo controlaran todo. Y esos belicistas se fueron organizando, mejorando sus condiciones de armamento, espionaje y otros mecanismos de intromisión y de dominación, generando alianzas e insertando enclaves poderosos, que desde la guerra de Corea hasta la invasión de Libia, les han otorgado un poder casi incontrarrestable. Hoy ellos parecen dominar el mundo, pues están en muchos países ocupando las posiciones más relevantes, usando figuras de juguete para poner a la cabeza de los gobiernos para simular que cambiarán las políticas con la certeza de que nada cambiará mientras mantengan el férreo control que tienen hasta hoy.
Cuando sucedió el terremoto de Japón, pareció que comenzaba a cerrarse un ciclo: las víctimas del primer bombardeo atómico volvían a vivir una emergencia nuclear, pero esta vez por sus propios actos. Como un juego macabro, tan cerca del mentado 2012, para aterrar a mucha gente, temiendo que pueda venir una catástrofe mundial.
Lo que viene, como respuesta, es un paso importante en el despertar de la conciencia, justo cuando termina el primer grado de una era que deberá aportar la paz y la espiritualidad a una humanidad cansada de padecer.
Porque hoy – y eso es lo grandioso – los instrumentos que los poderosos crearon para dominar a las personas hasta en sus mínimos detalles íntimos, para introducirse en las relaciones humanas y saber todo de todos, están siendo usados por quienes buscan favorecer el cambio. Ya no es posible ocultar las verdades como se ha hecho durante siglos. Todo comienza a saberse y gracias a la tecnología de las comunicaciones ello es casi instantáneo. No se puede ocultar los planes secretos, las acciones indebidas, las mentiras organizadas. Pues más temprano que tarde, ello se transparentará y todos podremos saber cuál es la verdad de las cosas, lo que sucede, de los planes, de las maniobras.
Cuando la verdad comienza a ocupar su lugar, los que han vivido del abuso saben que tienen sus días contados y que no pasará mucho tiempo para que deban entregar ese férreo control que han mantenido y dejen de sacar provecho, beneficiando a toda la humanidad del desarrollo que se ha ido alcanzando.
Las iglesias, los gobiernos, los ejércitos, las empresas multinacionales, deben saber que las medidas de ocultamiento no servirán y que las personas tomarán cada vez más conciencia de que es preciso construir un nuevo orden social en el que la paz, el entendimiento, la vida y el amor, sean pilares claves.
Los intentos por ocultar la verdad que estamos viendo en Chile – tierra bendita para los nuevos tiempos – tanto en la Iglesia Católica (casos Karadima, obispo Cox, monja Lagos y otros sacerdotes), en la empresa (colusión de las farmacias), en la política (la intendenta, Alinco o los casos de violaciones de los derechos humanos en la dictadura), para sólo nombrar ciertos sectores de la sociedad, no conducirán a sus objetivos, porque ya las personas saben de la verdad y no están disponibles para callar o seguir mintiendo.
Más vale saber las verdades por duras que sean y no perseverar en un secretismo que terminará por sepultar a quienes lo han sostenido por siglos.
La verdad, dijo Jesús, nos hará libres. Aunque eso cueste y duela. Porque finalmente se descarga la conciencia y podemos hablar más limpiamente, mirarnos a los ojos y saber que nuestro interlocutor no pretende nada extraño ni indebido, sino que cuando dice una palabra ella es verdadera.
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