No votaría por Piñera, por muchas razones, pero cualquiera de ellas se basta a sí misma.
La primera es porque está apoyado por la derecha más pinochetista y recalcitrante, que repite cada cierto tiempo algunas consignas que pretenden justificar no sólo el golpe de estado sino los atropellos de los derechos humanos. En eso no admito dos posturas.
Tampoco me gusta su avidez demasiado notoria, donde se confunden la franqueza con el descaro y un afán demagógico de acomodar la verdad a sus intereses.
Me gusta que sea inteligente, pero no que se crea el único inteligente. Por lo que hemos visto, él entiende como diálogo un acto en el cual él habla y los demás escuchan. Y eso en el gobierno puede ser complicado. En este tema, es como una versión aumentada de la soberbia de Lagos.
Un gobierno suyo devendría en autoritario pero en un régimen casi democrático, lo que lo obligaría a soportar la agitación o a reprimir. No sé por qué, pero me recuerda a los argentinos De la Rúa y a Alfonsín, grandes personas quienes parecían tenerlo todo para gobernar y que al ganar se hundieron.
No escucha, no dialoga, no pone atención a lo que los otros quieren, no reconoce errores ni defectos. No asume la verdad de frente y siempre tiene explicaciones, en las que juega con las palabras, como por ejemplo decir que fue declarado inocente cuando en realidad el caso fue sobreseído por faltar antecedentes.
Le temo a un gobierno suyo.
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