Todo grato y emocionante. Casi setenta, lo que considera a algunos que fueron quedando en el camino, fuimos los que nos reunimos para recordar los 40 años de la promoción del Colegio de los SS.CC. de Alameda.
Lindo día, espléndido lugar, buena comida, no huibo excesos, vivimos emociones bonitas. Pero la más hermosa fue cuando el ex sacerdote y profesor de Ciencias, Claudio Vogel nos dijo:
"Si volviera a vivir sería un profesor distinto. Fui demasiado duro y les pido perdón por ello, pero es que yo era duro conmigo". Y nos invitó a identificar y cerrar heridas.
Gran día.
Para agradecer a Dios.
domingo, octubre 22, 2006
sábado, octubre 21, 2006
Aniversario y nostalgia
Cuesta creerlo, pero hace 40 años que egresé del colegio de los Sagrados Corazones de Alameda. Y el próximo año se cumplen 50 desde el accidente que marcó mi vida.
Hoy nos reunimos los compañeros de curso. ¿Cuántos llegaremos? Algunos han muerto, otros están en el extranjero o lejos y no pudieron viajar.
Lo curioso es que si bien algunos siguen teniendo contacto en la vida habitual, aquellos que nos vemos sólo en ocasiones nos seguimos reconociendo, queriendo y sintiendo una solidaridad que tiene que ver con haber recibido esa formación sólida y verdadera de un cuerpo docente heredero de una historia.
Pablo Fontaine, Gerardo Joannon, Gonzalo Valdivieso, Javier Prado, Jaime Blume, Claudio Vogel, Hernán Santis, Humberto Zaccarelli, Hernán Fuentes, Chanchito Riquelme, Potan Ordoñez, Luis Órdenes, Moraga, Fernández, Gustavo Arriagada, Galvarino Peña, Valencia, Betancourt, Cerda, René Bravo, Pepe Vila, Tiburón Alejandro González, fueron algunos de esos profesores que nos marcaron con un sello indeleble que nos hace querernos y estar estrechamente unidos aunque no nos contactemos tanto como nos gustaría.
En mi novela Baila Hermosa Soledad hablo de este colegio y de esa característica de uniodad estrecha y amistad eterna que se fraguó en el silencio de las salas y de los patios, las adoraciones al Santísimo, los retiros, las fiestas, los encuentros a fumar en el baño, las pichangas, los festivales, las travesuras.
Parto ahora, esta mañana de sol, lleno de nostalgia e ilusiones a encontrarme con esos compañeros de más de 40 años.
Hoy nos reunimos los compañeros de curso. ¿Cuántos llegaremos? Algunos han muerto, otros están en el extranjero o lejos y no pudieron viajar.
Lo curioso es que si bien algunos siguen teniendo contacto en la vida habitual, aquellos que nos vemos sólo en ocasiones nos seguimos reconociendo, queriendo y sintiendo una solidaridad que tiene que ver con haber recibido esa formación sólida y verdadera de un cuerpo docente heredero de una historia.
Pablo Fontaine, Gerardo Joannon, Gonzalo Valdivieso, Javier Prado, Jaime Blume, Claudio Vogel, Hernán Santis, Humberto Zaccarelli, Hernán Fuentes, Chanchito Riquelme, Potan Ordoñez, Luis Órdenes, Moraga, Fernández, Gustavo Arriagada, Galvarino Peña, Valencia, Betancourt, Cerda, René Bravo, Pepe Vila, Tiburón Alejandro González, fueron algunos de esos profesores que nos marcaron con un sello indeleble que nos hace querernos y estar estrechamente unidos aunque no nos contactemos tanto como nos gustaría.
En mi novela Baila Hermosa Soledad hablo de este colegio y de esa característica de uniodad estrecha y amistad eterna que se fraguó en el silencio de las salas y de los patios, las adoraciones al Santísimo, los retiros, las fiestas, los encuentros a fumar en el baño, las pichangas, los festivales, las travesuras.
Parto ahora, esta mañana de sol, lleno de nostalgia e ilusiones a encontrarme con esos compañeros de más de 40 años.
lunes, octubre 16, 2006
El 5 de octubre y Gonzalo
Hace mucho tiempo que no escribo. Pero todos los días, mientras voy en la micro, camino por las calles o converso con las numerosas personas que se me acercan, pienso en temas de conversación y comentario.
Por ejemplo, en el matrimonio de María Elena me llamó la atención ver cómo el cura falsificaba la lectura del evangelio agregando palabras y cambiando tiempos verbales para acomodarlos a sus admoniciones posteriores y luego hizo citas incorrectas y ex profeso del libro del Génesis. Y me dieron ganas de meterme en eso.
Tantas cosas que no funcionan o que lo hacen a medias y que merecen reflexiones y apostillas, pero que las vamos dejando pasar. La imprecisión de los periodistas de la televisión y la radio, la ignorancia de muchos dirigentes políticos, la malicia de los editores de los diarios para imponer temas y miradas. En fin. Dan ganas de convertirse en una especie de censor público.
No lo hago.
Y cuando Antonio Lara hizo su artículo para celebrar el 5 de octubre, guardé silencio. Sobre todo cuando todos los amigos comunes se fueron manifestando entusiastas con sus dichos. Guardé silencio, hasta hoy.
En el año 1985, en octubre, cuando mi hermana había sido secuestrada por segunda vez publiqué un artículo en la revista ANÁLISIS que se llamó "Ochentaynuevismo". En él denunciaba una tendencia creciente de los opositores a aceptar las condiciones para la aplicación de la constitución pinochetista (debiera decir guzmanista). Y denunciaba eso como una debilidad, tomando una frase de Belisario Velasco: "¡A las dictaduras no se las derrota, se las derroca!". Pacíficamente, por cierto. Después del atentado a Pinochet noté que se ablandó la mano de los dirigentes y se buscó el acuerdo en un pacto político que incluso llevó a algunos a sugerir nombres de civiles para el plebiscito del 88 (Molina, Léniz, Zavala). Hubo aromas de presiones estadounidenses.
Me opuse. Me opuse a la inscripción de los partidos políticos y a todo intento de aceptar las imposiciones del modelo de la dictadura. Junto a otros demócrata cristianos (que no nombraré para no arriesgarlos) fuimos motejados de "los intensos" y se nos habló del realismo frente al martirologio. Nuestro argumento era sencillo: si se pactaba, terminaríamos aceptando lo esencial de la dictadura que eran su modelo económico, su constitución, los enclaves autoritarios, la democracia aparente. Y eso no cambiaría. Sólo cambiarían los gobernantes, pero no las políticas centrales en materias sociales, se mantendrían los altos gastos militares y aquellos poderosos enriquecidos al amparo del régimen militar derechista serían cada vez más ricos e importantes. Y en materia de derechos humanos, la verdad y la justicia se relativizarían para proteger a los culpables de sus delitos de acción y de omisión.
Mi temor era que en el tiempo que vendría después del plebiscito siguiéramos manejados por los poderes fácticos (que un día denunció el recién perdonado Allamand) y que eso marginaría a los jóvenes de la política, atomizaría las estructuras sociales y lanzaría a las mayorías a la marginación y la injusticia.
El riesgo es que cuando esa juventud se dé cuenta de todo lo que significa vivir en un país fracturado, con realidades falseadas, en que los poderosos lo son cada vez más y se enriquecen a costa de clases media y pobres que son cada vez más pobres, en ese momento, comenzaría a verse una explosión social creciente que incrementaría la delincuencia y la violencia en todas sus formas.
Con más con menos, los temores están allí, los enclaves siguen, los mismos de siempre mandan o gobiernan. La juventud está desencantada, pero ansiosa, sabiendo que no tiene canales para expresarse.
Por eso no he podido recordar con alegría ese 5 de octubre. Fui pertinaz luchador contra Pinochet y trabajé por los derechos humanos, pero sólo me incoirporé en los últimos treinta días al trabajo del plebiscito.
Esa noche estaba preocupado. Por primera vez tuve un m iedo profundo, de ese que da frío en los huesos. No por mí, sino por esta sociedad que iniciaba un camino en que se prometerían muchas cosas sabiendo sus líderes que gran parte de eso no era posible porque s ehabía pactado lo contrario. Y ellos mantienen su palabra, como si eso fuera un mérito. Nos conviene. Imagino que alguien pueda haber dicho una frase que le escuché esta noche a un dirigente polìtico de Ñuñoa: "puede que eso no le convenga a los vecinos, pero sí a nosotros". Y yo impaciente pensé en voz alta, muy alta; "lo que no le conviene al pueblo, no puede convenirnos a nosotros". Pero a nadie le importó que lo dijera.
Hemos avanzado, pero muy poco.
Ha muerto Gonzalo Asenjo, hermano de mis amigos, oficial de ejército que trabajó en la CNI. De un balazo. Los datos indican que se trató de un asesinato, montando una escena para aparentar suicidio. Por haber dicho la verdad. Como pasó con Osorio, con Zúñiga Acevedo, con Delmas el comandante nortino y con tantos otros. Tal vez si la dictadura hubiera sido derrocada, Gonzalo hubiera pàsado un tiempo en la cárcel, pero hoy estaría vivo. Y sus asesinos, presos, fuera del país o, al menos, sin el poder de seguir matando a discreción.
Uf, parece que escrbí demasiado. Pero salió de adentro.
Por ejemplo, en el matrimonio de María Elena me llamó la atención ver cómo el cura falsificaba la lectura del evangelio agregando palabras y cambiando tiempos verbales para acomodarlos a sus admoniciones posteriores y luego hizo citas incorrectas y ex profeso del libro del Génesis. Y me dieron ganas de meterme en eso.
Tantas cosas que no funcionan o que lo hacen a medias y que merecen reflexiones y apostillas, pero que las vamos dejando pasar. La imprecisión de los periodistas de la televisión y la radio, la ignorancia de muchos dirigentes políticos, la malicia de los editores de los diarios para imponer temas y miradas. En fin. Dan ganas de convertirse en una especie de censor público.
No lo hago.
Y cuando Antonio Lara hizo su artículo para celebrar el 5 de octubre, guardé silencio. Sobre todo cuando todos los amigos comunes se fueron manifestando entusiastas con sus dichos. Guardé silencio, hasta hoy.
En el año 1985, en octubre, cuando mi hermana había sido secuestrada por segunda vez publiqué un artículo en la revista ANÁLISIS que se llamó "Ochentaynuevismo". En él denunciaba una tendencia creciente de los opositores a aceptar las condiciones para la aplicación de la constitución pinochetista (debiera decir guzmanista). Y denunciaba eso como una debilidad, tomando una frase de Belisario Velasco: "¡A las dictaduras no se las derrota, se las derroca!". Pacíficamente, por cierto. Después del atentado a Pinochet noté que se ablandó la mano de los dirigentes y se buscó el acuerdo en un pacto político que incluso llevó a algunos a sugerir nombres de civiles para el plebiscito del 88 (Molina, Léniz, Zavala). Hubo aromas de presiones estadounidenses.
Me opuse. Me opuse a la inscripción de los partidos políticos y a todo intento de aceptar las imposiciones del modelo de la dictadura. Junto a otros demócrata cristianos (que no nombraré para no arriesgarlos) fuimos motejados de "los intensos" y se nos habló del realismo frente al martirologio. Nuestro argumento era sencillo: si se pactaba, terminaríamos aceptando lo esencial de la dictadura que eran su modelo económico, su constitución, los enclaves autoritarios, la democracia aparente. Y eso no cambiaría. Sólo cambiarían los gobernantes, pero no las políticas centrales en materias sociales, se mantendrían los altos gastos militares y aquellos poderosos enriquecidos al amparo del régimen militar derechista serían cada vez más ricos e importantes. Y en materia de derechos humanos, la verdad y la justicia se relativizarían para proteger a los culpables de sus delitos de acción y de omisión.
Mi temor era que en el tiempo que vendría después del plebiscito siguiéramos manejados por los poderes fácticos (que un día denunció el recién perdonado Allamand) y que eso marginaría a los jóvenes de la política, atomizaría las estructuras sociales y lanzaría a las mayorías a la marginación y la injusticia.
El riesgo es que cuando esa juventud se dé cuenta de todo lo que significa vivir en un país fracturado, con realidades falseadas, en que los poderosos lo son cada vez más y se enriquecen a costa de clases media y pobres que son cada vez más pobres, en ese momento, comenzaría a verse una explosión social creciente que incrementaría la delincuencia y la violencia en todas sus formas.
Con más con menos, los temores están allí, los enclaves siguen, los mismos de siempre mandan o gobiernan. La juventud está desencantada, pero ansiosa, sabiendo que no tiene canales para expresarse.
Por eso no he podido recordar con alegría ese 5 de octubre. Fui pertinaz luchador contra Pinochet y trabajé por los derechos humanos, pero sólo me incoirporé en los últimos treinta días al trabajo del plebiscito.
Esa noche estaba preocupado. Por primera vez tuve un m iedo profundo, de ese que da frío en los huesos. No por mí, sino por esta sociedad que iniciaba un camino en que se prometerían muchas cosas sabiendo sus líderes que gran parte de eso no era posible porque s ehabía pactado lo contrario. Y ellos mantienen su palabra, como si eso fuera un mérito. Nos conviene. Imagino que alguien pueda haber dicho una frase que le escuché esta noche a un dirigente polìtico de Ñuñoa: "puede que eso no le convenga a los vecinos, pero sí a nosotros". Y yo impaciente pensé en voz alta, muy alta; "lo que no le conviene al pueblo, no puede convenirnos a nosotros". Pero a nadie le importó que lo dijera.
Hemos avanzado, pero muy poco.
Ha muerto Gonzalo Asenjo, hermano de mis amigos, oficial de ejército que trabajó en la CNI. De un balazo. Los datos indican que se trató de un asesinato, montando una escena para aparentar suicidio. Por haber dicho la verdad. Como pasó con Osorio, con Zúñiga Acevedo, con Delmas el comandante nortino y con tantos otros. Tal vez si la dictadura hubiera sido derrocada, Gonzalo hubiera pàsado un tiempo en la cárcel, pero hoy estaría vivo. Y sus asesinos, presos, fuera del país o, al menos, sin el poder de seguir matando a discreción.
Uf, parece que escrbí demasiado. Pero salió de adentro.
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