martes, mayo 26, 2015

La Sabiduría de los ancestros



TEXTO DE MI INTERVENCIÓN EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "El Tarot Mapuche", el 26 de mayo de 2015, de Jaime Hales y Eugenia Lemus.

Inicio mis palabras agradeciendo a dios por darme la oportunidad de haber conocido a las personas que me llevaron hacia este libro, escribirlo y publicarlo. Eugenia Lemus – mi coautora - y Jorge Chaparro, por cierto; Marilén Wood, Marcela, Francisca, Judy y el resto del equipo editorial.
Este texto es para mí un desafío y un riesgo.
Un desafío, porque nació exactamente así, casi como una provocación del destino de la mano de Eugenia Lemus: te traigo un secreto de sabiduría que podrá cambiar todas tus miradas.
Un riesgo, porque me obligaba a decir cosas de esas que se piensa pero no se escriben en los ámbitos académicos, de las que ponen en cuestión todo lo que hacemos y sabemos. Era el riesgo de, una vez ya avanzado el recorrido por la vida, tener que cambiar las afirmaciones categóricas que tantas veces debemos hacer al enseñar.
Ha sido – está siendo en realidad – una lección de humildad.
Me llamó Jorge para decirme que quería que almorzáramos juntos para mostrarme algo que me iba a interesar. Me explicó muy brevemente. Confieso que, más allá del gusto de ver a mi ex alumno, pensé que era una más de tantas cosas que nos llegan permanentemente y que no se sostienen más que en la imaginación o en el deseo.
¡Me ha pasado muchas veces!
Pero en lugar de eso, cuando nos reunimos me sentí estremecido por lo que me estaban mostrando. ¿Sería cierto? ¿Estaba frente a una locura? ¿Un invento? ¿Una falsificación como la que fraguó y ejecutó Crowley hace más de un siglo?
Jorge y María Eugenia me traían un naipe precolombino que parecía ser un tarot. En mi fuero interno, que no revelaba a nadie, luego de verlo detenidamente, sentí que probablemente era un tarot. Pero no me atrevía a decirlo en voz alta.
Me vi obligado a ponerme a estudiar y luego de leer y observar, pude llegar a la conclusión que exponemos en el libro: estamos frente a un juego de naipes que contiene los mismos arquetipos que el tarot, cuyos dibujos son de estilo rupestre y su antigüedad certificada es anterior a la llegada de los españoles a nuestro continente. Fue encontrado en el territorio poblado por los mapuche y el contenido se relaciona perfectamente con la sabiduría propia de esas comunidades aborígenes de América del Sur.
Los dibujos rupestres son aquellos que originariamente se hicieron en rocas, en los muros de las cavernas, a veces en lugares muy escondidos y otras veces en rocas que podían ser vistas desde cualquier lugar. Su gráfica tiene ciertos estilos, técnicas y colores típicos y pueden ser datados en 40 mil años (que es el caso de las cuevas de Altamira), 9 mil (caso de Chinchorro) e incluso menos de 3 mil años, en zonas de África o Asia.
Entonces, ¿crearon este juego de naipes los mapuche u otros pueblos anteriores, de quienes ellos heredaron su sabiduría? ¿Cuántos años atrás?
Ya no se trata sólo de desmentir esa afirmación, que los hechos han demostrado equivocada, en cuanto a que el tarot sería una creación de la Edad Media. Sabemos que es un libro de sabiduría ancestral, que fue conocido por nosotros gracias a los egipcios pero que es anterior a esa civilización. Sin embargo, hasta ahora, sosteníamos que el origen de este oráculo occidental estaba en África y el mundo árabe, semítico, que hoy llamados Oriente Medio. Que de ahí pasó a Europa y de Europa a nosotros.
Pero…
Pero, este hallazgo nos revela:
1 Que antes de la llegada de los españoles, los mapuche de América del Sur conocían el tarot;
2 Que pudo haber llegado de muchas maneras: por viajeros, por migraciones, ¡Por revelaciones!
3 Que puede haber sido patrimonio de pueblos americanos que precedieron a los actuales;
4 Que puede haber una fuente común y anterior, que llevó la sabiduría a distintos lugares del planeta;
5 Que su desuso y desaparición se puede deber tanto a la invasión europea como a que los actuales mapuche lo mantuvieran relegado porque perteneció a sus ancestros, pero no les era propio o no lo entendían.
Por lo menos eso podemos afirmar. Y mucho más.
Cuando la familia Barría encontró en Monte Verde, cerca de Puerto Montt, ciertos restos arqueológicos, permitió primero a estudiantes y luego a profesores de la Universidad Austral iniciar una investigación. Es probable que Tom Dillehay, arqueólogo que dirigió las investigaciones, haya sospechado de inmediato de qué se trataba, pero ninguno de aquellos que estaban con él suponía que cambiaría los presupuestos de la antropología y la historia sobre el poblamiento americano.
No sabemos a dónde nos conducirá este hallazgo de un Tarot anterior a la llegada de Colón, pero ciertamente mueve algunas de las ideas fijas y generalmente aceptadas por el mundo oficial. Incluso el mundo oficial mapuche. Y de la ciencia. Y de los tarotistas, pues nos incomoda darnos cuenta que lo que creíamos.
Debo confesar que me hizo mucho sentido, pues siempre he creído que el pueblo mapuche y otros grupos que respondían a la misma cultura originaria, son de los más sabios de América. Cuando alguien abre desmesuradamente sus ojos al oírme y piensa en las construcciones mayas e incas, empiezo a explicar que la falta de monumentos revela QUE NO NECESITABAN CONSTRUIR NADA pues el universo les pertenecía y se relacionaban a través de él con la divinidad. Es probable que otros – los mayas sin ir más lejos – tuvieran más conocimientos, pero no más sabiduría.
Escribimos este libro con absoluto respeto por el pueblo mapuche - conocedor del cosmos, de las energías mágicas de sus sabios y chamanes - al que no siempre se tiene fácil acceso.
También lo hacemos con profundo respeto por las tradiciones esotéricas y los pensadores holísticos que han ido abriendo las puertas a un desarrollo integral del ser humano en su camino hacia la trascendencia.
Esta obra deberá servir de apertura para un diálogo con aquellos que tienen más conocimientos sobre los primitivos habitantes de nuestro territorio, con el afán de compartir información y sabiduría. En ella se contiene una información que puede ayudar a cambiar la actitud de muchos frente a los pueblos originarios y frente al Tarot, ambos contribuyentes de la gran sabiduría que orienta las tareas humanas.
El libro que presentamos hoy es nuestra mirada sobre una “joya” y, tal como decimos en la presentación, la compartimos ustedes llenos de amor, de esperanzas, de sorpresa, del gran deseo de que sigamos buscando los troncos comunes de las distintas sabidurías del planeta y sobre todo de nuestra América.
Comenzamos a abrir nuevas puertas y ventanas hacia el conocimiento de la sabiduría de los ancestros y eso nos llevará a nuevas preguntas. Pues se ampliará la mirada sobre el origen de las civilizaciones, reafirmando la propuesta a que me referí antes en cuanto a la existencia de una fuente común a todas las culturas conocidas, es decir, una civilización previa que nutrió a todas sus herederas.
Hoy se habla del conflicto mapuche para referirse a la disputa territorial. Me parece que el conflicto real estriba en el desconocimiento que tenemos todos de una cultura magnífica y que se nos hace presente sin comprenderla a cada instante de la vida. Nuestro lenguaje y nuestro idioma están llenos de la riqueza de esa sabiduría milenaria. Somos el resultado de la herencia de la sangre, pero también de la herencia de la cultura.
Estamos corriendo velos, descubriendo historias y verdades en medio de la maleza de una historia hechiza. Este libro ha sido concebido para mostrar que ha llegado hasta nuestro tiempo un elemento mágico usado por un pueblo ancestral, abriendo así una ruta nueva que todos podremos recorrer si lo queremos.
El tarot deja de ser un elemento extranjero: es parte de una cultura o de una civilización misteriosa que comienza a manifestarse en todo occidente. El “Tarot Mapuche” nos lleva por un camino hermoso que cada vez reconoceremos más sólidamente como propio.
Estamos en las primeras décadas de la Era de Acuario. Es un momento especial, pues mientras una nueva civilización nace, hay otra que se niega a morir y se resiste con todo. Las cosas estaban ya revueltas en el siglo XX, con el inicio de un proceso de cambios de aceleración constante, que han ido modificando los parámetros éticos y conductuales de las personas, poniendo en jaque las formas sociales que permanecían por mucho tiempo sin grandes variaciones.
El centro neurálgico del tiempo que viene es el ser humano, la persona y su vida en comunidad, el aguador acuariano, el generador de la vida, en un marco de justicia, fraternidad y libertad, donde el respeto de los derechos humanos ocupa un lugar prioritario.
Las civilizaciones dominantes de estos dos mil años, con todo su poder expansivo, van cediendo terreno frente a los que fueron dominados, cuyas voces acalladas poco a poco comienzan a ocupar el escenario. Son los pobres, los perseguidos, los maltratados, que retoman sus convicciones y sabidurías originarias para, al amparo de la ciencia moderna y la tecnología contemporánea, comenzar a protagonizar la nueva etapa de una civilización con solidaridad en escala planetaria, donde dominantes y dominados deberán fundar una nueva manera de relacionarse. Han recuperado relevancia los pueblos originarios y sus culturas.
En la medida que se ha ido avanzando en el estudio de las culturas americanas precolombinas, los investigadores comenzaron a descubrir una rica elaboración e información que a muchos pareció sorprendente. Conocían el calendario con más precisión que cualquier otro pueblo del mundo hasta ahora; sabían de astronomía como nadie en esos años en Europa; tenían una medicina desarrollada y su ingeniería y arquitectura estaban respaldadas por un conocimiento matemático sólido y profundo. Nezahuatcóyotl (segunda mitad del siglo XV), por ejemplo, fue un sabio gobernante cuyas obras de ingeniería (regadío y caminos) han dejado huella hasta el día de hoy.
Lo más sorprendente es sin embargo la certeza de que estos pueblos compartían conocimientos con otros pueblos muy distantes. Sociedades lejanas territorialmente tenían conocimientos similares. Incluso es sorprendente que los mayas del norte y los incas del sur tuvieran, además de un conocimiento de la astronomía y de la ingeniería del mismo nivel, historias y relatos similares para explicar los mismos fenómenos. Y esas historias tienen relaciones sorprendentes con las mitologías egipcias, india y sumeria, con relatos de un parecido increíble. Y qué decir de las relaciones con la Biblia. Ya se sabe, para poner sólo un ejemplo, que el relato bíblico del diluvio tiene un antecedente en el relato sumerio y que otros similares están extendidos por toda América, desde los originarios del norte continental, hasta los mapuche.
Volvemos a la idea de la fuente común. Egipcios, sumerios, judíos, griegos, aztecas y mayas, incas y pueblos africanos del centro y del sur, tienen un relato común: que los dioses vinieron de lejos –del cielo, del mar, del fondo de la tierra– para traer la sabiduría, el conocimiento y la civilización, muchos de ellos (no todos) con grandes aspiraciones de paz. No olvidemos que hay algunos dioses muy partidarios de la guerra, de muy mal genio, que tienden a ser excesivamente represivos.
Y ahora este nuevo descubrimiento. Aparece entre los pueblos del sur americano un naipe de 22 cartas semejantes a los 22 arcanos mayores del Tarot, cuyo origen se creía africano o asiático y su uso popular y difusión sólo europeo. Entonces no podemos sino quedar estupefactos.
El hallazgo nos ha golpeado, porque eso significará un cambio radical en muchas convicciones que hasta ahora parecían inamovibles. Los que pensaban que el Tarot era de cierta cultura específica, tendrán que aceptar la universalidad del oráculo.
Estamos en tiempos de desafío. Mientras, humildemente, entregamos esta contribución para abrir caminos, para romper barreras, para confundir y esclarecer.

jueves, mayo 07, 2015

CAVILACIONES ÉTICAS



Rushmorth M. Kidder, fundador del Instituto para la Ética Global, señaló: “La ética no es un lujo ni una alternativa, es esencial para nuestra sobrevivencia.”
Cuando en Chile estamos enfrentando una sucesión de olas de denuncias, rumores, desmentidos, acusaciones a empresarios y políticos respecto del uso inadecuado de la relación dinero y política, hay quienes quieren centrar la discusión en los aspectos penales, es decir, la determinación de si acaso las conductas a que en cada caso se alude son o no constitutivas de delito.
El punto es que la comisión de delitos o la determinación de la justicia penal representan el mínimo ético exigible a las personas en la vida social. Pero a todos los seres humanos nos es exigible también una conducta ética mayor, con parámetros más altos, pues tienen que ver con aquello que no es necesariamente exigible en el plano de la ley y que sin embargo debemos acatar pues se relaciona con el buen y mal comportamiento. El ejemplo más clásico: una anciana está en el supermercado avanzando con su carro y de pronto llega un sujeto que quiere el mismo carro y entonces aparta a la mujer con un discreto empujoncito, sin hacerle daño, y se apodera del carro para hacer sus compras. No hay una ley o reglamento que diga “no robar los carros del supermercado a las ancianas”. Si no lo hacemos es porque sabemos que eso no está bien, pues supera los cánones de la vida social. Cuando se debilitan estos cánones éticos, se va haciendo necesario regularlos mediante leyes o reglamentos que incrementarán su carácter punitivo en la medida que relativizamos los marcos éticos de la vida social. Esto está sucediendo en esta hora, tal vez en el mundo entero, justamente porque los límites éticos se ven sobrepasados y la ley ocupa ese espacio. Mientras más ley existe es porque menos ética hay. Dice Kidder: “LO que solía estar reglamentado por nuestros propios buenos hábitos se ha convertido en reglamentos por deseo de los legisladores”. También debemos tener presente que cuando un sujeta enfrenta un dilema no es entre “el bien y el mal”, sino entre lo que él considera dos bienes. Cuando consideramos algo “malo”, eso no está entre las posibilidades de actuar, ya que nuestras actuaciones tienen una justificación interior, aunque no sea necesariamente compartida por todo el conjunto social. Por ejemplo, quien mata por venganza, piensa que eso es bueno. Los torturadores de la policía creen que su conducta se ajusta a lo que la patria necesita para combatir a sus enemigos. En fin, ejemplos sobran.
Kidder señala como caso paradigmático lo sucedido en Chernóbil el 26 de abril de 1986. La catástrofe fue producida por la acción de dos ingenieros que estaban a cargo de la sala de control, quienes realizaron un “experimento” no autorizado, destinado a satisfacer su propia curiosidad. Cuando empezaron a funcionar las alarmas, en lugar de detenerse, las apagaron. Es decir, no les importó el riesgo que se corría, sino que no los sorprendieran. Kidder lo señala: “Creo que antes de haber anulado el primer sistema de alarma computarizado tiene que haber habido un anulamiento ético. Lo que hizo volar Chernóbil no fue la falta de conocimiento, fue la falta de ética.”
Los tiempos cambian. Kidder nos dice: “No sobreviviremos el siglo XX con la ética del siglo XX”. Los riesgos de esas anulaciones éticas durante el siglo XIX eran de bajo alcance. En el siglo XX ese riesgo aumenta y al llegar al siglo XXI los peligros son aún mayores, pues hay cada vez más personas a cargo de sistemas y tecnologías cuya operación irresponsable puede acarrear peligros impensados para también cada vez mayor cantidad de personas, sin contar los efectos devastadores sobre la naturaleza y los animales.
Es indispensable, entonces, que el nivel de exigencias éticas aumente y que las personas aprendan a ser responsables de lo que hacen, sea o no delito su conducta. Es necesario un cambio profundo de actitud, que nos lleve a salvaguardar la sociedad de las decisiones de los encargados de las cuestiones públicas (que afectan a los ciudadanos y a la población), ya sean jurídicas, administrativas, científicas o de otro tipo.
Cada vez aumenta más entre el común de las personas el porcentaje de quienes sostienen que deben existir códigos éticos exigentes en la sociedad y sobre todo con respecto de quienes deben tomar decisiones que afecten la vida común. Eso lo dicen las encuestas ya desde hace dos o tres décadas. Pero eso debe confrontarse con los numerosos casos de líderes y figuras públicas, en principio “respetables”, que se ven sometidas a un duro escrutinio público por sus dislates, ya sea en el ámbito privado o público. Casos como los casos que hemos conocido en Chile de ciertos obispos (Cox, Barros, Arteaga, Jiménez, por ejemplo) o sacerdotes (Karadima, Joannon, José Luis Artiagoitia, Ignacio Gutiérrez, José Andrés Aguirre, para nombrar los casos más sonados); grandes empresarios, políticos importantes, líderes deportivos (caso Herrera), encargados de la seguridad, de la atención de salud, de la educación, del transporte público, de la administración municipal o del Estado, de la aplicación de sustancias en los productos de alimentación o en los parques y plazas, en fin, por solo nombrar a algunos, mueven a escándalo justamente porque siendo personas encargadas o calificadas para entregar seguridad, serán ellos mismos los que la hacen peligrar. Tal vez la expresión más brutal es la violación de los derechos humanos, donde los agentes del Estado encargados de velar por la seguridad de las personas son los que, encubiertos por ese mandato, precisamente violan los derechos más elementales. Por eso menciono a sacerdotes y educadores, que estando en el ámbito reservado al cuidado espiritual y psicológico, precisamente atentan en contra de las personas que confiaron en ellos atendida su condición.
Lo que hemos presenciado es que mientras aumenta la demanda ética de la sociedad, se incrementan los casos de abusos. Encuestas realizadas entre estudiantes universitarios de Estados Unidos – la cito porque no tengo antecedentes de que algo similar se haya hecho en Chile – revelan que en altos porcentajes, superiores al 50%, se muestran dispuestos a realizar actividades fuera del marco de lo permitido si acaso de ese modo pueden incrementar sus ingresos y tienen una cierta capacidad de eludir los controles o no ser sorprendidos. Una mayoría superior a los dos tercios manifestó que estaba dispuesta a copiar en sus exámenes profesionales. Y eso sí lo hemos visto en Chile, donde incluso ha habido casos de filtraciones en las pruebas de acceso a la universidad y a exámenes de grado o revalidación de títulos (caso de los médicos). Muchos llegan a ser profesionales de alta responsabilidad e importancia social (Médicos, abogados, ingenieros, por ejemplo) luego de haber obtenido fraudulentamente sus calificaciones.
Kidder dice que no se trata de estudiantes, lo que sería una anécdota, sino de quienes poco tiempo después comienzan a dirigir instituciones, corporaciones, ocupar cargos públicos de distinta especie. “Estamos hablando de los mandos medios de Estados Unidos para el año 2020, de los gerentes generales del año 2030. Estamos hablando acerca de las personas que van a pilotear el avión comercial mientras ustedes se sienta pensando ¿sabe este tipo en realidad cómo volar o pasó los exámenes gracias a los torpedos?”. Y los ciudadanos tenemos derecho a pensar que si una persona ha obtenido su título con trampa, puede seguir haciendo trampas después, en el ejercicio profesional.
Son esas personas, que quizás escalaron copiando en sus exámenes, los que han ido llegando a altas posiciones, relativizando su comportamiento ético. Probablemente el propio sistema y las creencias en que los padres y los educadores no deben “imponer” una conducta a los hijos y a los estudiantes, son responsables de eso. Se van desplazando los límites y aquellos que fumaron a escondidas primero tabaco y luego marihuana, se encuentran en posición tal que no sólo fuman más, sino que no se sienten autorizados a limitar consumos de sus hijos, de sus subordinados, de los que le están encargados, que pueden ser dañinos para la salud. ¿Quién de los que ascendió copiando se atreverá a prohibir, limitar, censurar o reprochar que otros lo hagan?
Cuando se gastan muchos millones de pesos en la construcción de un puente que queda en malas condiciones (caso del puente Cau en Valdivia) o una persona conduce a otra a la muerte por un mal diagnóstico (caso de la directora de una Escuela de Medicina cuyo título de médico era falso), las desconfianzas en el sistema por parte de la ciudadanía y la población aumentan.
Y si pensamos en el mundo político, las cosas resultan aún más graves. La mentira, la verdad relativa, las afirmaciones que las conductas desmienten, van debilitando la seriedad y la solidez de las instituciones que sirven de base al funcionamiento de la sociedad y de la relación entre la autoridad y el ciudadano.
No es mentira cuando un político dice que se retirará y no se retira. Es solo que expresaba un deseo que no sabía que en realidad era imposible de que se cumpliera.
Pero si es mentira cuando dice que tiene un título profesional que no ha recibido (aunque haya estudiado algo de esa profesión) o cuando se presenta como hombre probo y ha sido sancionado por el abuso de información privilegiada en el manejo de asuntos económicos, lo que está prohibido por la ley. O cuando dice desconocer lo que conoce o cuando tergiversa la letra y el espíritu de la ley para obtener beneficios electorales o de otro tipo.
Hoy se dice que se intentará – mediante un proyecto de ley que se presentará en 45 días más - que un parlamentario que haya violado la ley de financiamiento electoral pierda su cargo. ¿Y al reemplazante lo designará el mismo partido, como dice la ley ahora? Porque ese sujeto se benefició con el triunfo electoral, pero también se aprovechó de ello el Partido, pues sin ese candidato quizás sus votos hubiesen sido menos.
Los políticos son personas que participan activamente en los procesos de conducción de la sociedad, ya sea a través de los cargos nacionales, regionales, comunales, ejecutivos o de elección popular. Si esas personas no son honestas, si no son respetuosos de las leyes en su forma y fondo, estamos frente a una grave contingencia, pues se desmerecen las instituciones en toda la línea: su partido, el organismo al que pertenece, las medidas que toma o los votos que emite. Todas sus actuaciones empiezan a quedar en entredicho y la sociedad mirará con desprecio a ese sujeto y a todos sus cercanos. El líder, el dirigente, debe responder a las normas éticas de la mayor exigencia, para no dejar asomo de duda de su comportamiento. El cuidado debe ser extremo.
Pongamos casos hipotéticos: ¿Podrá un dirigente mantener su libertad para tomar decisiones que afecten a una empresa o a intereses de grupos de personas si esa empresa o esos grupos de personas contratan a sus hijos por cifras millonarias para trabajos que valen mucho menos? Tal vez no exagero al decir que se genera un tipo de obligación derivada del agradecimiento comprometido. ¿Podría un dirigente considerar independiente de presiones si acaso recibe beneficios, mayores o menores, de una empresa cuyos intereses dependen en alguna medida de sus decisiones?
Pero también está la mentira y el engaño en otras dimensiones. Por ejemplo, si un político pertenece a un partido que tiene una determinada visión de la sociedad, ¿es lícito que después de elegido para un cargo sostenga pensamientos divergentes en forma extrema? Por ejemplo, si un senador ha sido elegido por un partido que postula la sustitución del régimen capitalista, no puede luego afirmar que el capitalismo le acomoda.
Es que las cosas son “más o menos” así, nos dirán. Y eso es relativismo ético. Sostengo que si un ciudadano es elegido para un cargo representando las posiciones de un partido, al dejar de pertenecer a él debe cesar en el cargo. Porque de lo contrario se distorsiona la voluntad del pueblo. Recuerdo el caso de una persona que fue elegida como senador por el PPD y que al poco tiempo abandonó su partido, se pasó a la posición más extrema de la izquierda, salió del partido y trató de levantar una candidatura presidencial. Cuando no le resultó, decidió ingresar al Partido Radical.
Pero el peor caso de relativismo ético lo exhiben esos dirigentes que dicen “todos lo hacemos”, “siempre se ha hecho así”, “nadie está libre de estas conductas” y se escudan en eso para justificar sus violaciones de la ley. O, lo que es aún peor,  decir “no lo sabía”, aludiendo a su ignorancia de que algo estuviera prohibido o fuere delito, aunque a todas luces parece incorrecto, ello sin perjuicio de la presunción de conocimiento de la ley. Porque eso es elevar el relativismo ético a la categoría de validadora de toda conducta incorrecta y la generalización de las violaciones a la de “permiso o aceptación social”.  Es, como dijo alguno, la derogación tácita de la ley y de la ética.
Lo que estamos viendo en Chile es grave. Engel, presidente del comité que designó el gobierno para proponer medidas de corrección ha dicho: “Chile no es un país corrupto, sino que hay casos de corrupción”. Esos casos de corrupción involucran a los más grandes empresarios y a políticos de distinto nivel y de todo el espectro partidario. “Todos lo hemos hecho”, dijo uno. Es decir, quienes dirigen el país están en el espacio de la corrupción y quieren seguir ocupando sus posiciones con la excusa de que la costumbre los legitima.
La sociedad toda tiene derecho a preguntarse si esas personas pueden seguir en sus puestos y si acaso el sistema político tiene capacidad para resolver una especie de recambio generalizado de estos sujetos por otros con una ética sólida y probada. ¿Es eso posible? Porque si los políticos no se dejan corromper ni se debilitan en sus posiciones, las acciones de los empresarios corruptos no tendrían posibilidades de aplicarse. El tema está en el mundo público y las medidas que se requiere deben partir por despejar el terreno de aquellos que están interesados en mantener el actual estado de cosas para seguir beneficiándose con el poder, aunque por ello deban también salir de sus cargos los que se han comportado correctamente.
Las medidas deben ser drásticas, exigentes, no para convertir en ley los principios éticos, sino para sancionar a quienes violan la confianza ciudadana y distorsionan la democracia según sus intereses o los de aquellos que los financian.
Providencia, 5 de mayo de 2015