jueves, octubre 14, 2010

DE LA CULPA A LA LIBERTAD

Presentación en el seminario LAS FANTASÍAS DEL CAMBIO organizado por la revista COSAS.

Gracias a dios, hombres y mujeres somos distintos. Repito con el poeta: “no conozco el sexo opuesto, sólo conozco el sexo complementario”.
Porque he descubierto que hombres y mujeres no somos enemigos ni seres confrontacionales, sino dos partes necesarias de un proceso maravilloso, que es la vida misma.
Según uno de los relatos bíblicos, cuando dios creaba el mundo, al llegar al sexto día creó al ser humano.
Vamos al texto preciso:
Dijo dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra”.
“Creó, pues, dios al ser humano a imagen suya, a imagen de dios lo creó, macho y hembra los creó”.
A ellos les dio la tarea ser fecundos y multiplicarse; y dominar todo lo que existe. Puso la naturaleza entera a su servicio, animales y vegetales, para que hiciera todo cuanto debía hacer. Ni siquiera les prohibió comer esto o lo otro.
Este antiguo texto nos habla de este ser humano plural, macho y hembra, que se complementan para poblar el mundo y dominarlo, para transformar la realidad y abrirse paso en medio de la naturaleza, en un proyecto que es, nada más ni nada menos, que el de alcanzar la divinidad.
Seres creados a imagen y semejanza de ese dios único e integrador, que buscan su propia integración, en un esfuerzo constante de progreso espiritual.
Son dos energías, una de actuar y otra de acoger, una de penetrar y otra de recibir, una de plantar la semilla y otra de hacerla de germinar, energías que se presentan como proyectos concurrentes.
Hasta que un día, hace varios miles de años, al nacer la era de Leo, cuando terminaban los hielos y los seres humanos se abrían paso recuperando tierras y animales, surgieron aquellos que querían la gloria y el poder para sí, los que querían mandar y ser obedecidos, imponer su voluntad.
Fuerza misteriosa, una compulsión de dominar, todo ello vinculado a la idea que nos proporciona el sol. Es la ansiedad de una realeza o de una tiranía, la apropiación de las relaciones con lo divino, que confrontarán las energías de la conservación y la gestación con las del acto de engendrar y partir.
Los modelos van cambiando y, mientras en unos pueblos las antiguas sacerdotisas sedentarias logran mantener las tradiciones de integración, respecto y acogida, en otros, los guerreros nómades quieren apoderarse de todo lo que está a su paso, destruir lo que no comprenden y someter a las fuerzas que parecen estar fuera de su control.
Las sacerdotisas serán sometidas o destruidas, para entregar a sacerdotes masculinos el mando.
La fuerza aplasta a la sabiduría.
No es la confrontación de hombres contra mujeres, sino de machos ambiciosos de poder contra el orden armónico de las relaciones complementarias, en sociedades en las que la paz y el entendimiento constituían las motivaciones centrales de los administradores.
Los pueblos del oriente someten con dureza a todo lo que se oponga a estos nuevos poderes de la fuerza y al mando unipersonal o de grupos reducidos que se autoproclaman superiores.
Son los machos. Las hembras serán sometidas, postergadas, maltratadas.
Y así se construye en ese oriente extremo, una civilización sobre la base de una feroz dictadura machista que ya lleva cinco mil o más años, en que el poder se ha radicado en la energía masculina tanto de los hombres, como de ciertas mujeres que predominan en los momentos en que los hombres se debilitan.
En nuestro occidente va pasando de todo, pues mientras en algunos pueblos dominadores se mantienen las valoraciones de lo femenino, otros deciden imponer la energía del macho.
Siguiendo las corrientes de una nueva mitología, surgen las religiones que conducirán hacia las civilizaciones contemporáneas.
Un dios machista, colérico, reglamentario y guerrero, autodenominado “señor de los ejércitos” - lo que ya dice mucho de sí mismo y sus estilos - ordena una estrategia en la que la mujer sólo cumplirá papeles secundarios, utilitarios o malévolos.
Se incrusta, entonces, en la Biblia, el segundo relato de la creación:
“Yahvé dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente.”
“Tomó Yahvé dios al hombre y lo dejó en el jardín del Edén para que lo labrase y cuidase. Y dios impuso al hombre este mandamiento: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día en que comieres de él, morirás sin remedio”.
“Dijo luego Yahvé dios: no es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”.
Entonces dios creó los animales.
“Pero no encontró el hombre en ellos una ayuda adecuada.”
Entonces dios hizo dormir al hombre, le sacó una costilla y de ella hizo una mujer. Y el hombre se alegró, porque la reconoció como suya, dependiente de él, una ayuda adecuada.
Pero muy pronto, este dios machista, no contento con esta subordinación, hace recaer sobre la mujer un atentando contra dios mismo, el pecado más grande la humanidad, que traerá desde su óptica, consecuencias a todo el mundo.
Dice el texto bíblico que la serpiente, el más astuto de todos los animales, dialogó con la mujer para incitarla a comer del árbol prohibido, sosteniendo que:
“De ninguna manera moriréis. Es que dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.”
Entonces la mujer comió y dio de comer a su marido, que igualmente comió.
Y cuando dios interpela al hombre, preguntándole si ha comido del fruto prohíbido, éste respondió: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí”.
Él es víctima de la mujer que dios le dio. La inocencia de los hombres es atávica.
La mujer, como toda defensa, arguye haber sido seducida por la serpiente, pero no niega su responsabilidad y participación.
Y dios le da como castigo la fatiga de los embarazos y el dolor del parto, además del anatema: “Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará”. ¡EL TE DOMINARÁ!...
No extenderé esta intervención con los numerosos castigos que se impone a las mujeres o con la diferencia en cuanto a castigar a una mujer por sus faltas a la ley en forma mucho más dura que a un hombre por la misma razón y situación.
Todo se justifica, porque por una mujer entró el pecado en el mundo y serán las mujeres las que, intrigando, traicionando, mintiendo, faltas de fe, incitadoras del pecado, dificultarán el acceso del hombre a la santidad.
Dos mil quinientos años después, junto con estigmatizar a los humanos entre normales y anormales, otro profeta, esta vez de las ciencias y la sicología, Freud, no sólo ratifica las culpas femeninas, sino que consagra su frustración e inferioridad al sexo masculino en una proclama sobre la relevancia del falo.
Se ha construido un modelo en que las mujeres deben pagar histórica y eternamente por sus culpas, sin más explicación: las cosas son así, dicen los defensores de la urdida “normalidad”.
Pero las cosas no serán siempre así, sino que comienzan a cambiar.
No sólo el peso de la historia, sino la fuerza cósmica de los ciclos universales, reconducen las energías hacia el punto debido.
Cuando hoy, en vísperas del 2012, vivimos los últimos tramos del primer grado acuariano, cuando experimentamos el fin del principio de la nueva era, sabemos que estamos en las antípodas de ese momento de los deshielos, cuando surgió la fuerza del macho, revestido de patriarcalismo o de simple guerrero.
Hoy el mundo está en el cambio, es el cambio de era y el inicio de la era de la transformación.
Por eso esta convocatoria que hoy nos hace la Revista Cosas es desafiante y hermosa: Las fantasías del cambio. La fantasía es nuestra capacidad de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las cosas ideales en forma sensible o de idealizar las reales.
Y eso es lo que estamos haciendo. Poner palabra e imagen en nuestro interior a los desafíos que estos dos milenios precedentes y los milenios siguientes nos proponen.
Soñaremos con el mundo de amor, paz, armonía y compañerismo, sin culpas ni dominaciones.
Dije en mi poema “Compañera”:
En el frío, tus ojos
en el miedo, tu abrazo
en la ansiedad, tus piernas

abierta tú, hermosa
esperando mi cuerpo
mi humedad,
la dureza interrogante.

Gracias, amada
por tu mano
ahora mismo

puesta aquí
en esta espalda mía

ahora, aquí
en esta hora de dudas
en esta mañana de chubascos
y dolores.

En la mesa dura
en la inmensidad pendiente,

toda tú, amada compañera.
Hace dos mil años, el avatar de la naciente era de Piscis, Jesús también llamado Cristo, reabrió espacios a las mujeres, pero sus seguidores prefirieron continuar con el imperio de la era y redujeron a una sola mujer el aporte: proclamando que así como por una mujer entró el pecado en el mundo, por una entró la salvación.
Y para ello era preciso que esa concepción no considerara como parte del natural proceso de engendrar, el placer sexual de esa mujer, a través de la cual además se ha querido condenar a la privación eterna de otro goce que no sea la contemplación y obediencia a su hombre.
Pero, ya han pasado dos mil años y muchos procesos. Las mujeres han sido mayoritarias en sustentar el mundo esotérico, pero aun en esas vertientes de conocimiento, los hombres se han convertido en los jefes, los guías, los gurúes. Sólo unos pocos movimientos abren paso a mujeres como Madame Blavastky, Annie Beasant, Pamela Colman Smith y otras pioneras.
Puede ser cierto que esas mujeres no aspiran a otro poder que el interior, el que surge del amor y del espíritu, del esfuerzo íntimo y del desarrollo personal. Pero no ésa la organización que la naturaleza y la divinidad han propuesto al mundo.
Hay algo natural en los cuerpos de hombre y mujer. No somos iguales y ya lo sabemos. No es lo mismo recibir que penetrar. Nuestras energías son diferentes, nuestra musculatura, nuestros cerebros, nuestras pieles, las formas y las hormonas, todo es distinto.
Desde esa naturaleza física distinta, surge una condicionante psicológica que se relaciona íntimamente con la energía de contención y recepción – femenina - y la de acción y movimiento - masculina -, que tanto para hombres y mujeres debe llegar a darse en iguales proporciones, respetando el cuerpo y la psiquis, validando lo profundo del alma humana.
Es la mágica relación entre lo natural y lo que aprendemos
Hay algo propio de cada uno, de hombres y mujeres, que debe manifestarse de modo potente y algo ajeno que hacemos propio.
La primera mitad del siglo XX fue el tiempo de la antesala del cambio.
Las mujeres tienen hoy espacios sociales de los que no disponían hace algunos decenios.
Al promediar el siglo XX obtienen su derecho a voto y, como ciudadanas, pueden intervenir en política. Desde entonces, el mundo universitario y el mundo del trabajo han abierto puertas antes vedadas y muchas mujeres se han incorporado a tareas que fueron por mucho tiempo privativas de los hombres. Como bien sabemos, incluso, en ciertas áreas específicas, ahora sólo se piensa en contratar mujeres.
Muchas mujeres han asumido que el rol de “proveedor del hogar” ya no corresponde solamente al hombre, hasta el punto que hay un alto porcentaje de mujeres que han sido definidas como “jefes de hogar”.
Gran parte de esas mujeres, de distintos sectores sociales, viven la experiencia de la duplicidad de roles: altas exigencias en el manejo del hogar y papel de proveedor único o compartido.
La incorporación al mundo del trabajo como un espacio de satisfacción y realización integral, se ve algunas veces postergada o disminuida por la opción que la mujer hace de dedicarse unos años a “la crianza” de los hijos. Si bien es cierto que esa función es asumida gozosamente en cierta etapa, rápidamente se adquiere conciencia de que, siendo eso muy importante y dignificador, no siempre es visto y vivido así, no sólo por la sociedad (lo que sería poco significativo) o por ella misma (lo que sería suficiente como para asumirlo con seriedad), sino por los otros integrantes del grupo familiar (lo que resulta ser injusto y doloroso).
El sacrificio personal de mujeres que postergan su propia realización profesional y el desarrollo de ámbitos personales, no es apreciado cuando muchos sostienen que la mujer que se consagra a la crianza, a veces de numerosos hijos, es una mujer “que no trabajaba”.
Entre mitad del siglo XX y estos días de la primera década del siglo XXI, presenciamos una dramática postergación.
El sacrificio de sí misma en aras del bienestar de la familia no siempre es comprendido ni aceptado por los otros y la propia mujer se siente desvalorizada. Hay veces en que acepta vivir una suerte de situación disminuida, como si ella no pudiera hacer nada significativo por sí misma.
Por otro lado, hay mujeres que no tienen la alternativa, sino que deben asumir el rol laboral por imperativos económicos o sociales. Lo que ellas viven, cuando tienen hijos, es similar a lo que le sucede a aquellas otras a quienes se ha propuesto, como estrategia de superación de las frustraciones, salir en busca de un trabajo. Sin descartar que en algún caso eso pueda ser efectivo, el problema es más profundo.
Desarrollar una actividad remunerada fuera de casa o experimentar la realidad de vivir ambos roles de modo inevitable, puede conducir a mayores frustraciones, a sentimientos de culpa y a una angustia por tensiones (stress) que puede bajar la autoestima de modo peligroso, si acaso eso no va acompañado de la valoración consecuente.
Y todo esto sin olvidar que a iguales funciones, muchas veces las remuneraciones de las mujeres son inferiores a las de sus pares masculinos.
Me pregunto:
• ¿Se puede ser feliz viviendo no sólo la postergación, sino muchas veces la desvalorización de ese esfuerzo?
• ¿Es lícito pedir que se renuncie a los roles propios y excluyentes para asumir otras funciones en la sociedad?
• ¿Es posible modificar la realidad, pudiendo vivir feliz sin por ello abandonar las responsabilidades asumidas en el mundo exterior y los compromisos pactados en el nivel familiar?
Sí, todo es posible, pero para ello deben darse cambios en el nivel social y en el nivel personal. La vieja discusión respecto de qué es primero, si el cambio social o el personal, ha quedado fuera de contexto, ya que sabemos con certeza que ambos procesos se retroalimentan y son confluyentes.
La expansión de la conciencia personal y la asunción de las tareas que a cada quien corresponde, en una creciente dinámica de inserción en el medio social del cual podremos hacernos responsables junto a los demás, es la estrategia adecuada.
Es lo que hemos llamado DESARROLLO PERSONAL.
La persona se reconoce a sí misma, toma contacto con sus potencias y sus límites y, desde esa realidad asumida con conciencia creciente, es capaz de obtener espacios de mayor felicidad y plenitud en el campo de su propia realización.
Estamos en la hora del cambio y anticipamos lo que vendrá.
Es nuestra fantasía. Para ello debemos aprender a aceptar y aprender a transformar. Aceptar aquellas realidades que no se pueden cambiar; asumir el protagonismo en todo lo que nos toca realizar y transformar. Pero, lo más importante es tener sabiduría para distinguir ambas realidades.
Pero, las medidas concretas de nuestra vida deben ser fruto de actos conscientes y no sólo de recetas externas. El contacto de la realidad interior con las exigencias del mundo, permite formular planes concretos de vida que aumentan la felicidad y la sensación de plenitud. Muchos hemos tenido la experiencia de sentirnos contentos aun en medio de condiciones no siempre satisfactorias. Y eso se debe a que es posible encontrar la armonía, sin depender completamente del mundo exterior.
Cuando la persona conoce sus potencialidades y sus límites y se relaciona bien con ellos, introduce un elemento de cambio en su entorno.
En los años 70 surgió un movimiento que se expresa hasta hoy y que yo denomino “el camino de la confrontación”. La definición teórica se basa en que hombres y mujeres somos iguales y debemos tener los mismos derechos. Sin embargo ello va acompañado de demandas que pueden ser vistas como proteccionismo.
Sergio Melnick anunciaba (¡denunciaba!) hace un año en esta tribuna, que esa estrategia nos lleva a la desaparición del macho en un plazo no breve, pero no lejano.
A esta estrategia se ha opuesto la del “Camino de la integración”. Es el punto de vista de las comunidades esotéricas, los cabalistas cristianos, el pensamiento holístico.
La coniunctio spiritum, el coito sagrado entre el rey y la reina que los hace ser uno en carne y espíritu, la unión indisoluble en cada ser humano de las energías femeninas y las energías masculinas, nos conduce a la comprensión y el entendimiento.
Pero hoy, cuando ya avanzamos por Acuario, las cosas han ido aun más lejos. El camino que se abre por delante es el de la libertad. No más la culpa de todos los males para las mujeres, pero tampoco forma alguna de privilegio y supremacía.
Hoy la tarea es construir la verdadera libertad, fuente del verdadero poder. La libertad es la capacidad de comprometerse consigo mismo y con el otro; asumir la posibilidad del error; la decisión de cumplir o no cumplir la tarea asumida antes de nacer.
El cambio nos lleva a esta ruta: la horizontalización de las relaciones, el respeto por la persona humana, el reconocimiento de la integración de las energías diferentes y, la libertad, por sobre todo la libertad, para elegir hacernos cargos de nuestro propio ser y de nuestra propia tarea.
Las culpas han quedado atrás. Hoy sabemos que todo es compartido y nadie es más o menos culpable por su naturaleza.
Los hombres miramos a las mujeres del siglo XXI y les decimos que queremos sentirlas fuertes y libres, tiernas y presentes, buscando el encuentro.
No más culpas: es la hora de respirar hondo y amarnos en la intensidad de la diferencia y en la igualdad esencial del espíritu.
Es la fantasía del cambio, lo que ansiamos construir: seres libres y amorosos, que se encuentran porque deciden hacerlo, porque deciden amar y no sólo porque quieren satisfacer necesidades.
Por ello, leo el poema que tanto le gustó a Lola Hoffman, la mujer que se atrevió a cruzar umbrales cuando cumplió los cincuenta años.
ALIVIO
CONTIGO siento alivio.
Porque puedo amar sin excusas,
puedo reír sin decir por qué
puedo llorar sin esconderme.

Siento ese alivio profundo
de no tener que cuidarte
ni consolar tu llanto
ni hacer coro a tu alegría.

Siento alivio
porque tienes vida,
la tuya propia
y no me pides nada.

Siento alivio, profundo,
desde el vientre y el pulmón
con un amor certero y
un beso en la cara.

Siento alivio
porque no te enseñé a caminar
ni hablar ni reír
sino que llegaste por tus propios pies
llevando tu carga,
tan tuya,
y no me pides nada.

Contigo siento alivio
pues ni siquiera esta noche
debo decirte gracias.